El Gran Sueño
Vol. I: La Búsqueda
Web: http://anahimendez.wix.com/egs-labusqueda
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-Capítulo XI-
Invocaciones
1
- Aja, aja… está por venir - concluía diciendo la anciana con su voz
trémula tal como el ruido que hace una lija sobre las maderas. Dejó que la
puerta golpeara y el eco retumbó en toda esa cueva.
2
Desde las noticias recibidas
hace ya medio año cuando Sorpish y Rom se presentaron en sus aposentos, había
un problema importante que lo tenía sin cerrar un ojo y había trastocado su
tranquilidad, hasta entonces impasible. Sabía que de no haber sido por unos
pocos segundos de retraso aquel día en Newcastle, hubiera descubierto el
misterio. Durante toda la persecución
le ganaron por detalles, pequeñeces. Reconoció para sí mismo que había
subestimado el poder de influencia de Túkmuney y de su estrecho círculo. Y esa
vez en que enfrentó su energía con la de Simploy terminó por reconocerlo. Si
tan sólo hubiera nacido junto a él las cosas serían ahora muy distintas.
Parecía repetirse la historia, pero de forma espejada. Cómo un mínimo detalle
puede cambiar el curso de un proyecto: justamente esa noche en que Simplem
despertó de la cápsula y huyó del castillo él no estuvo allí para presenciarlo.
Y ahora, la reaparición de los Ripul, la piedra de poder del al fin y al cabo exterminado Zilti en
manos de sus enemigos, el Elfo renegado, Simploy misma usando sus dones contra
él, y esos jovenzuelos comunes, ¿quiénes eran…? Si ya todas las familias de los
Numerosos
habían sido exterminadas, si nadie ya intentaba practicar la Magia y ni
siquiera se creía en su poder, ¿cómo se explica el papel de estos comunes
en este dilema?
Tenía un mal presentimiento, pero como nunca había
sido un buen vidente no era capaz de vislumbrar el significado. Y pensó “debo
ir a verlas”, y de un momento a otro, Óctubeus ya estaba sobre su caballo
cubierto con la túnica sedosa azabache galopando, seguido por tres caballeros
de su séquito de hombres sombra. Cruzaron veloces el puente levadizo y,
sin más, los caballos corrieron en una misma dirección: siempre al sur, nunca
cambies el rumbo.
Sin que el cielo lo indique, porque siempre era
oscuro en esos sitios perdidos en
los mapas, varias horas habían
quedado atrás. Óctubeus que sí entendía de sus regiones, contabilizaba seis
horas. Los caballos aún corrían desplomando la tierra añeja dejando nubes a su
paso. Sus jinetes pretendiendo ir aún más rápido, le espuelaban los vientres
una y otra vez acompañando con gritos. Siempre hacia el sur.
Las cuatro figuras negras iban surcado el desierto de
desolación, porque en siquiera trescientos kilómetros cruzáronse con una vida,
ni vegetal, ni animal, y menos aún, con una vida humana. Un poco más y ya
arribarían a destino; los gélidos ojos de Óctubeus ya divisaban las siete
chozas de piedra y paja, y el olor nauseabundo era percatado por los cuatro
jinetes. Una última corrida veloz y ya surcaban con sumo sigilo para no
resquebrajarlo, el delgado puentecillo de troncos y sogas que crujía y se
meneaba de un lado al otro; a caballo fueron cruzándolo, un paso en falso y las
turbias aguas los chuparían para siempre. Del otro lado desmontaron.
Luego de atar a su caballo junto a los demás, el mago
oscuro, solo, fue hasta la choza de piedra y paja que saludaba a los viajeros,
pues un gran cartel tallado rústicamente se alzaba sobre la puerta ovalada:
“Bienvenidos”, decía nada más. Óctubeus llamó a la puerta golpeando dos veces
la clavija redonda de hierro clavada. Y sin tener que aguardar mucho más
tiempo, una anciana de incalculables años, mucho más mayor que el mismo
Óctubeus, lo hizo pasar.
- Buenas, pase, pase, por favor -, y la anciana
cerró la puerta.
Allí dentro,
dispuesta en el medio de la pequeña habitación había una mesa rectangular
asistida por seis señoras muy ancianas, aunque a dos de ellas se le traslucían
algunos cuantos años más de edad que el resto.
- Siéntate
Óctubeus - le dijo la sentada en la punta que enfrentaba la puerta -, allí,
allí - indicaba haciendo señas al lugar que estaba vacío, justo frente a esta
anciana. Y el mago tomó asiento.
La instalada en el segundo asiento si contamos a partir
del mago y seguimos el sentido de las agujas del reloj, dijo haciendo oír su
voz chillona- Estábamos aguardando su visita, gran mago, ¡pensamos que vendría
antes a escuchar nuestros consejos! - lo miró levantando sus arrugados
párpados.
- Pues he venido, aquí estoy - respondió en seco y
manteniendo el rostro inmutable, Óctubeus.
La más anciana de todas, sentada en el lugar número
siete y por tanto, del lado derecho de Óctubeus, entrecerró los ojos de color
tormentoso, a veces eran del color de un vino tinto y otras veces negros como
la túnica del mago, alzó los pesados párpados y estrujando los labios como
quien mordisqueara un limón, habló ásperamente directo a Óctubeus - Nos alegra
que estéis aquí, Óctubeus, como siempre digo cada vez que te veo. Parece ayer cuando
hacíais tus primeras pociones y encantamientos,¡siempre muy avanzados, desde luego, sí, sí que lo
eran…! - toció casi escupiendo saliva -. No voy a caer en la melancolía de una
vieja, así que te preguntaré qué te ha traído hasta las Siete Brujas del Sur,
gran mago Óctubeus.
- He
venido por dos cuestiones, señoras - respondió echándoles un vistazo a todas -.
La una es que preciso información, la otra…
- Cuéntanos
la “una” primero, gran mago, vamos por partes, aprovechemos que el tiempo corre
a nuestro favor - interrumpió de súbita forma la ubicada primera.
- Bueno señoras, he recibido noticias atípicas -
poniendo más acento en la primera “i”- sobre Túkmuney y su pequeño grupo, por
ejemplo que Ewon tiene en su poder la piedra de Zilti - los murmullos llenaron
la pequeña recámara, pero Óctubeus prosiguió -, y de pronto han buscado,
juntado, cooptado, a cuatro jovenzuelos del mundo de los hombres comunes
-. Las ancianas brujas intercambiaron algunas miradas, pero ninguna interrumpió
- Bueno señoras, son ustedes las dueñas de las Fuentes, preciso detalles sobre
el tema, quiero saber quiénes son estos chiquilines, por qué los han buscado.
- Oh,
si, si, dos de tus hombres vinieron hace un tiempo, lo recordamos - dijo
chillona la quinta -, los traidores volaban en las aves de antaño, en Ripul, y avistamos a los jóvenes…
- Parecen
ser niños de pecho, Óctubeus - prosiguió sin dejar pausa la cuarta.
- ¿Y si
acaso los han buscado para enseñarles magia…? - dijo seguidamente la sexta.
- Algo
esperable de un inepto como Túkmuney y sus creencias de la Apertura de la Magia…- acotó de inmediato la segunda en
voz sibilante.
El mago las iba
mirando cada vez que se proseguían de una respuesta a la otra, y de nuevo la
más anciana habló - Te mantendremos al tanto sobre la identidad de estos
pequeñejos, puedes estar seguro de ello, Óctubeus - prometió con ojos firmes,
ahora borgoña - ¿Cuál es tu otra petición? – consultó.
- Ziduasta
- las fue llamando por sus nombres una por una en el orden de sus lugares en la
mesa siguiendo la dirección de las agujas de un reloj, a lo que ellas asentaron
con un ademán de cabeza similar a una pequeña reverencia - , Eudinia ,
Rosmerta, Malandrisa, Augustina, Biscuelza y Lupy, las tengo a todas en mi
pedestal de anhelados…
- ¡Nos
enorgullece, gran mago!- acotó servilmente Ziduasta mientras las otras
afirmaban.
Óctubeus
la miró de soslayo, pues detestaba que alguien lo interrumpiera, pero viniendo
de una de las Siete Brujas del Sur podía llegar a pasarlo por alto, por ende,
continuó - Mi segunda petición a las Siete Brujas del Sur es una alianza
inquebrantable para acabar por siempre la Magia Blanca, a lo que queda de ella,
para que nunca más aparezca, que no quede ni siquiera un mito de su existencia
- y volvió a echarles un vistazo, esta vez fijó más tiempo sus ojos gélidos en
los de cada bruja - . Confabulemos juntos y nadie podrá pasar por sobre nuestra
alianza, ¡con sus saberes y mis poderes seremos invencibles! - exclamó elevando
los brazos como lo hace un demagogo en su palco hacia la plaza.
- ¡Y
así será! - prorrumpió Malandrisa al mismo tiempo que se paraba toscamente y
desde el centro de la mesa tomaba una botella de vidrio bajita y panzona-. Digo
yo que brindemos para recordar este día, ¡muchachas, agarremos las copas!
De un momento a otro,
aunque las ancianas se movían torpemente a causa de sus innumerables años,
fueron lo bastante rápidas para armar el brindis, porque Óctubeus y todas ya
tenías en sus manos las copas repletas de un buen licor verdusco y dulzón.
Alzaron las ocho copas y las chocaron unas con otras.
- Mmm,
delicioso, delicioso…- saboreaba Óctubeus -. Uno de los mejores licores de piel
de cocodrilo y miel que he probado - y continuó bebiendo hasta el final.
- Nos
conmueve su buen gusto - respondió Eudinia sonriendo dejando ver las ventanas
que había en su boca vieja ya casi sin dientes, también bebiendo y saboreando
el licor.
Parlotearon
unas tres horas más de su siniestro plan de guerra: los seres del Inframundo
serían llamados a la devastación; revivirían a las gárgolas y arpías dormidas
en la piedra; deberían conseguir el apoyo de los seres elementales; había que
generar aún más miedo en el mundo de los hombres comunes, “tienen que
sentir miedo de verdad” dijeron una y otra vez; toda prueba que quedara en pie
de la existencia de la Magia tenía que desaparecer; y por supuesto, Túkmuney y
sus misioneros debían morir lo antes posible.
- ¿Qué
haremos con la jóven Simploy? Esa niña sí que es una maga, ¡sería una lástima
asesinarla! - dijo en eso Lupy.
- De
Simploy me encargaré yo mismo, Lupy - afirmó Óctubeus, y un destello maligno se
le traslució en la mirada -. Recuerden señoras: a los seres elementales debemos
captarlos y hacerlos obrar para la Magia Negra, es crucial para hacer al mundo
el mundo que deseamos.
Transcurrida la
charla y después de terminarse hasta la última gota del licor de piel de
cocodrilo y miel, los ocho dieron fin a su reunión. El mago se cubrió como
antes
con su túnica azabache y
saludando desde el otro lado del puentecillo de tronco y soga, montó junto a
sus hombres sombra y emprendió el regreso a su majestoso castillo. Las
siete brujas avistaron la retirada veloz del lúgubre mago, tiempo después,
cerraron la puerta de la choza de reuniones.
3
En el interior retomaron sus lugares, pero ahora volvían a ser
nada más que ellas siete. Malandrisa habló - Lo más apropiado a mi parecer
muchachas, es dirigirnos cuanto antes al Bosque de Fuego, ¿qué les parece? -
- Sí, sí - dijeron las seis restantes prácticamente
al unísono.
- Muchachas
- intercedió Biscuelza mientras acomodaban las copas al igual que lo hacen las
abuelas luego de la partida de sus nietos - ¿lo han notado, verdad ¡Más claro,
imposible! - y rió macabra al igual que sus compañeras - El que se dice llamar
Gran Mago, no conoce ni la mitad de la historia, ¡pobrecillo de él, ja! - y
salpicó algo de saliva - Ha entrado como un caballo a lamer el azúcar de la
palma de su verdugo.
- Si,
si - siseaba Rosmerta - El “Gran Mago”, aunque sospecha de esos niños, ni se
imagina que son los cuatro portadores legendarios de los Elementos
Primordiales, ¡ay, ay, ay! - exclamó burlona poniendo sus viejos ojos verdes en
blanco.
- No
sabe nada el muy bobo. Y es preciso que continúe en su ignorancia - dijo con su
voz seca como una lija cuando pasa por las maderas, Lupy - ¿Acaso ha pensado
que le diremos las visiones verdaderas de las Fuentes a sus soldadillos de
juguete que vienen en busca de noticias y consejos? ¡Bah, tonterías!
Y al unísono, las
siete repitieron con voces altas que hubiera hecho estremecer al que las oyera
- ¡Porque lo que las Siete Brujas del Sur ven en sus Fuentes, se queda en sus
Fuentes! - y soltaron esas risotadas macabras que sólo tienen las brujas.
- Pobre
Óctubeus, aún continúa nombrándose el Gran Mago de los Magos, pues yo lo
llamaría el Gran Tonto de los Magos - dijo Augustina - y volvieron a reír
tétricas.
Para la primera
hora del próximo día partirían al así llamado Bosque de Fuego. Sería intenso
viaje, a donde ni los magníficos Ripul podían llegar pues este no era un bosque como todos, sino uno muy
particular donde complicados seres habitan, seres que las brujas pretenden
ganar para la guerra ya que un poder enorme blanden. Y para poder llegar a él
era preciso magia como las Siete Brujas del Sur sabían hacer.
4
Y llegó la hora primera del
día. Cada una salió de sus respectivas chozas, y se reunieron en la plazoleta
del otro lado de la entrada a sus condominios, atrás de las chozas de piedra y
paja. Plazoleta era sólo un nombre figurativo, porque ni rastros de pasto ni
caminitos para pasear ni juegos para los niños había, sólo era un espacio
circular de tierra y barro. Nada más un agujero peculiar en el centro de la
rotonda hacía que resaltara de entre las demás plazoletas que pudieran existir
en el mundo.
Cuando estuvieron
las siete reunidas, se dirigieron a paso anciano hacia ese agujero. Al estar en
su borde, Lupy pisoteó con las puntas de su zapato una tabla redonda que si uno
no se acercaba hasta allí pasaba desapercibida camuflada bastante bien con el
color del fango. Ésta se levantó dejando al descubierto una escalera que
parecía hundirse en las profundidades de la tierra. Sin dubitar, las siete
brujas se sumergieron en el agujero; cuando Ziduasta, que era la última, bajó, la
tabla tapó como
antes el hueco.
Ahí abajo, al estar las siete en el suelo, unas antorchas
que colgaban de las paredes de roca se encendieron. Caminaron un poco más por
la gruta hasta que hizo una vuelta y llegaron a otra parte de esa cueva. Ni
bien entraron las siete, brotaron unas enceguecedoras luces de siete
recipientes hechos de mármol que medían un metro de alto y superaban el metro y
medio de ancho. Entonces cada anciana se colocó a un lado de cada pilar y
luego, juntas, observaron por en cima de estos recipientes: en sus ojos se
reflejaba el agua quieta desde donde se emitía esa intensa luz. Al mismo tiempo
colocaron las manos sobre los bordes de los recipientes y dijeron: “Aguas
luminosas, las Siete Brujas del Sur te despiertan. ¡Llévennos al Bosque de
Fuego, aguas inmortales donde todo se refleja!”. Y de repente esa luz salida de
las aguas se expandió por toda la gruta envolviendo a las siete brujas, y
luego, un estallido resplandeció. Las ancianas habían desaparecido y las aguas
volvieron a dormir. La habitación de roca había quedado otra vez sumida en la
oscuridad total.
5
- Hemos llegado - dijo Malandrisa. Las siete abrieron los ojos y
allí estaban. Muy distinto era este mundo del que ellas venían. Un calor
sofocante se expandía de aquí para allá, más intenso que un día de verano,
porque estaban en el Bosque de Fuego, aunque más que un bosque era un lugar
repleto de volcanes a punto de desperdigar su lava incandescente, lo cual
demandaba un andar muy cauteloso. Las ancianas fijaron su atención en un sólo
volcán de todos los que allí se habían formado, y con sigilo empezaron a
avanzar. No estaban lejos, pero la caminata hasta allí debía llevarse a cabo
con suma atención y predisposición.
Fueron avanzando en procesión, algo encogidas, pero dando
pasos certeros; de tanto en tanto, pequeñas llamas brotaban desde la rojiza
tierra y a veces eran sorprendidas por el vapor hirviendo que súbitamente la
roca exhalaba chiflando. A medida que se acercaban al gran volcán, el calor iba
siendo más y más ardiente, pero de todas maneras las siete brujas parecías
estar intactas, nada más un poco de hollín les había manchado los rugosos
rostros. Prosiguieron un poco más y ahora, frente a ellas, se erguía el
tremendo volcán. Impidiéndoles seguir avanzando, una amenazante llama brotó
desde el cráter, e iba creciendo más y más hasta el cielo color magma, sin
estrellas ni luna. En eso un grito de Biscuelza retumbo - ¡Ya basta! - exclamó
con voz tajante - ¡Muéstrate, no nos asustas! - pero la llama crecía y crecía,
dejando de ser una llama para ir conformando a la lava misma - ¡He dicho basta!
- volvió a gritar Biscuelza - Las Siete Brujas del Sur ordenan que te muestres
– imperó - ¡Muéstrate! - gritaron entonces las siete brujas. Y cesó, la llama
que era más grande que ese volcán dejó de crecer para ir encogiéndose despacio.
Las siete contemplaron con atención.
Y fue así que pasado un rato la llama terminó por
convertirse en lo que realmente era, pero qué era. Un ser muy extraño estaba
allí parado enfrentado a las siete del sur, quieto y con una mirada firme y
amenazadora.
- ¡Era
hora! - exclamó Lupy - Al fin te dejas ver…
- ¿Qué
buscan aquí? - escucharon en sus mentes las brujas. Les empezó a retumbar en
las cabezas un singular sonido similar al que hacen las brasas cuando chispean
en el fuego.
- Bueno
- dijo la más anciana dando un paso al frente -, venimos en busca de ustedes,
eso es todo.
Ni bien Lupy
terminó de decir “todo” desde entre las grietas de las rocas empezaron a
aparecer seres de mismo aspecto al que las enfrentaba. Al principio eran igual
a la lava cuando cae por las laderas de un volcán, y de a poco fueron tomando
forma corpórea: eran todos ellos cuerpos longilíneos del mismo color que el
magma, con algunas marcas semejantes a quemaduras. De cabellos rojos y
anaranjados iguales a las llamas del fuego, eran largos y móviles. Y los
rostros, unos ojos llameantes y caras alargadas con orejas puntiagudas. No
llevaban prenda alguna. Así eran estos exóticos seres que por sus tallas y
figura aparentaban ser todos de sexo femenino, si es que tenían algún sexo.
Eran decenas, cientos, miles de seres de fuego. Estaban allí inspeccionando con
sonrisas sombrías a las brujas, mientras hablaban entre ellos en palabras
inentendibles, si es que a esos sonidos chisporroteantes se les puede llamar
palabras.
Desfilaban
circundándolas con pasos elegantes y delicados casi sin rozar si quiera el
suelo de rocas, pero también en instantes se movían veloces tal cual chispas;
esbeltos y eróticos eran, y al mismo tiempo, indomables y peligrosos. Con ellos
no cualquiera tenía trato, para estos tiempos sólo los hechiceros más
desarrollados en el arte tenían algunas probabilidades más favorables de, al
menos, haberlos visto. Eran las salamandras y del fuego nacían y con el fuego
morían, también llamadas hadas de fuego. Eran lo seres elementales del Fuego.
6
Cada vez que los seres del
Fuego las iban acorralando, las brujas se iba juntando entre ellas. Las siete
en ronda espalda con espalda, se echaron unos vistazos fugaces a manera de
intercambiar estrategias, y tomándose luego de las manos apareció
envolviéndolas una espesa niebla ocre – Quedémonos quietas - les dijo casi sin
mover los labios Biscuelza a sus compañeras -, es imprescindible que nos
mantengamos con calma, las hadas del fuego son las gobernantes aquí y nuestra
presencia no es grata -. Las siete brujas estaban inmóviles, hasta mantenían a
su máximo de capacidad pulmonar la respiración, cuestión complicada cuando se
está en un ambiente envuelto en humo y gases calientes.
- ¿Qué
haremos? - consultó a todas Rosmerta usando la telepatía mientras un mechón de
su grasiento pelo cubierto de canas se le estaba metiendo en un ojo - . Están
muy cerca…
- Podríamos
gritarles la petición - propuso Eudinia.
- ¿Te
parece lo correcto, Eudinia? – le preguntó Ziduasta, y replicó - . Es peligroso que nos movamos, que les hablemos…
- ¿Será
este el final de las Siete Brujas del Sur? - dijo a sus compañeras Lupy,
la más anciana y sabia de las siete.
- Mmm…
están muy cerca, amigas - agregó Augustina -. Más vale que decidamos rápido
este asunto, pues Lupy estará en lo cierto.
Y
entonces otra voz apareció en las cabezas de las brujas, susurrándoles – Nadie
vuelve de nuestro mundo. Brujas del Sur han sido muy atrevidas al aparecerse en
nuestros aposentos, ¡magos irrespetuosos, todos son iguales! - , y entonces,
otra vez se hicieron llamas. A los alrededores de esa cúpula de niebla que
habían creado con su magia, un verdadero bosque de fuego era lo que sus ojos
veían, allí, estaba ardiendo.
- ¡Oh,
nunca pensé que reaccionarían tan rápido, fue antes de lo previsto! - exclamó
alzando su jaspeante voz Ziduasta.
-
¡Expandamos la nube, vamos, vamos! - les ordenó en
un grito Malandrisa, la segunda más anciana.
- Sus
poderes son muy fuertes, es complicado mantener la protección - dijo ahora
Eudinia, con sus claros y ancianos ojos cerrados impregnada en sudor.
Y otra vez
aquella voz en sus mentes – Nadie vuelve de nuestro mundo, Brujas del Sur- , y
el fuego creció aún más. Ya empezaba a asarles las mejillas cuando Biscuelza,
que era la más diestra cuando una poción llevaba fuego como ingrediente,
extendió sus avejentadas manos, alzó la vista abriendo bien los castaños ojos,
el fuego se reflejaba entonces en ellos, el largo y pesado atuendo gris y marrón
revoloteó, y luego dio un grito ensordecedor - ¡¿Quieren ser libres?!
Una ráfaga de
aire caliente las cubrió unos segundos haciéndole volar sus ropajes húmedos de
transpiración y sucios por el hollín de los volcanes. Consecutivamente
avistaron su alrededor y allí estaban otra vez corpóreas las salamandras
observándolas seriamente. Las siete volvieron a intercambiar miradas fugases,
algunas tragaron un poco de saliva, por el momento las Siete Brujas del Sur
seguían en juego, pensaron. Entre ellas decidieron que, de ahora en más, única
y exclusivamente sería Biscuelza la tratante con los seres del Fuego.
- ¿Quieren
ser libres? - les preguntó telepáticamente a las salamandras.
- Sí -
sintieron las siete un fuerte estruendo chispeante en las cabezas.
- Mjm…
¿por qué anhelan ser libres, seres elementales del Fuego? - volvió a preguntarles Biscuelza.
- Ustedes
lo saben - contestaron las salamandras. Las cabezas volvieron a retumbarles como antes.
- Pueden
aceptar nuestra ayuda para la libertad que tanto envidian, pero a cambio necesitamos de su ayuda también, ¿aceptan? -
planteó astutamente Biscuelza.
- Para
recibir hay que dar, para dar hay que recibir - pronunciaron las hadas de fuego.
- ¡Claro
que sí! - asintió espontánea la diplomática - Les daremos su preciada libertad, podrán ir y venir a su antojo,
encenderán sus llamas cuanto desean, y crecerán y se multiplicarán, y serán
parte del mundo. A cambio precisamos de sus cualidades, de su gran poder para
destruir a un mago que sigue apelando por su esclavitud, deben destruir a
Túkmuney y todo lo que lleve su sello.
- Guerras
de Humanos - dijeron las salamandras - . Recuerden que para recibir hay que dar
y para dar hay que recibir, los humanos suelen olvidar esta frase. Nosotros
cumpliremos con su pedido, ustedes cumplan con el suyo. El Fuego sella la
promesa, la hace inquebrantable.
- Pues
sí, sean parte ya de nuestro clan de seguidores en esto que será la última
guerra, donde las salamandra, poderosas hadas del Fuego romperán el hilo que
las mantiene atadas al destino de su creador, el Fuego - afirmó Biscuelza
altiva -. Respondan a la Invocación y les daremos su libertad. ¡Deben destruir
todo lo que crezca, todo lo que respire! Arrasen con los hombres rudimentarios,
quémenlo todo, y después… sí, después el frío. El frío los mata, los debilita
lentamente y destruye sus corazones. Es así que deben convertir a su mundo en
el invierno eterno.
- El
pacto queda sellado - oyeron como últimas palabras en sus cabezas, ya embotadas
con fuertes palpitaciones en las sienes.
Las salamandras
fueron convirtiéndose despacio en pequeñas llamitas que se iban filtrando por
las grietas del suelo rocoso y las laderas de los volcanes. Por su parte, las
siete emprendieron la procesión hasta el lugar adecuando para hacer la teletransportación.
En el lugar desde donde habían llegado, se tomaron otra vez entre ellas y en un
instante estaban de vuelta en la cueva con las manos sobre las Fuentes. La
habitación resplandecía de nuevo y las aguas estuvieron movilizadas durante un
lapso muy corto de tiempo. Abrieron los ojos y se vieron ya allí.
- Hay
que aprovechar mientras el Elemento Fuego continúa sumido en el sueño - decía
Malandrisa a sus compañeras - . El mundo de los hombres comunes debe
caer, debe quedar sepultado para siempre, pues al contrario de lo que cree
Óctubeus, son peligrosos si sus mentes despiertan y conocen de la Verdad.
- Sí,
aunque los de la Luz tengan a los cuatro portadores legendarios, les llevará
tiempo, les llevará mucha dedicación el hacerlos surgir de sus débiles cuerpos
- acotó Ziduasta.
- Hemos
dado un gran paso, compañeras, y una vez más las Siete Brujas del Sur han
sorteado en donde muchos han sucumbido - proclamó orgullosamente Lupy.
Porque estaba en
lo cierto. Las historias comentan que jamás habían sido engañadas y donde ellas habían puesto sus
ojos que todo lo ven, una victoria conseguían. Otra vez, juntas, rieron
tétricas.
A.M.
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