- ¿Te parece que va a venir?- le decía a su compañero.
- Y… nos dijo que sí, no creo que falte a su palabra- contestó el otro al primero.
- Y… nos dijo que sí, no creo que falte a su palabra- contestó el otro al primero.
Los dos estaban mirando a la ventana que tenían a unos pocos metros del lugar donde se pasaban los días. Estaban muy atentos y bastante ansiosos esperándola, porque ella les había prometido que hoy vendría.
- ¿Y si nos ven?- preguntó el primero.
- No creo, ella nos aseguró que todo se iba a dar en perfecto secreto- le respondió seguro.
- Porque si nos ven... ¡chau!- dijo enérgico- Ojalá llegue a tiempo...
- Le tengo mucha confianza- le contestó su compañero.
- ¿Y si nos ven?- preguntó el primero.
- No creo, ella nos aseguró que todo se iba a dar en perfecto secreto- le respondió seguro.
- Porque si nos ven... ¡chau!- dijo enérgico- Ojalá llegue a tiempo...
- Le tengo mucha confianza- le contestó su compañero.
Una hora, dos horas, tres horas... La casa estaba silenciosa, muy tranquila sin toda esa gente de aquí para allá, ruidosa y gritona. Sólo ellos dos mirando por la ventana; hacía un día de lluvia, había un poco de viento y las hojas ya habían comenzado a caer de los árboles. La calle parecía estar desierta, porque a diferencia de los días de semana, como habían aprendido que se llamaban cinco días seguidos escuchando a la gente ruidosa de la casa, pasaba de tanto en tanto uno de esos que largan humo fatigador. Y allí aguardaban nerviosos y ansiosos, era ahora o nunca, porque la gente ruidosa de la casa se había ido el día que escuchaban como viernes, y no iba a volver hasta el día que escuchaban como sábado, para el sábado a las diez de la noche, precisamente, cuando la luna se vería y ellos dormirían, claro está, si ella no llegaba antes. Por eso, tenía que llegar, para tener tiempo suficiente.
- ¡Uf, ya se está por ir la luz!- exclamó el llamado Petit.
- Va a venir, vas a ver- le contestó esperanzado una vez más el llamado Penacho.
- ¡Uf, ya se está por ir la luz!- exclamó el llamado Petit.
- Va a venir, vas a ver- le contestó esperanzado una vez más el llamado Penacho.
Siguieron esperando, aún llovía. Para cuando ambos estaban abuchonados y cabeceando de sueño, una luz verde los avivó.
- ¡Hey muchachos, ya llegué!- escucharon que les hablaba la vocecita de ella, ya estaba ahí, ya había llegado. Se había aparecido como acostumbraba a hacer cuando la gente ruidosa no andaba por la casa.
- ¡Llegaste Liletí!- dijo Penacho con alegría.
- Claro que sí, amigos, ¿qué pensaban, que iba a dejarlos aquí y faltar a mi palabra? Pues no, ¡un hada nunca rompe sus promesas!- confesó Liletí a los compañeros.
- ¡Hey muchachos, ya llegué!- escucharon que les hablaba la vocecita de ella, ya estaba ahí, ya había llegado. Se había aparecido como acostumbraba a hacer cuando la gente ruidosa no andaba por la casa.
- ¡Llegaste Liletí!- dijo Penacho con alegría.
- Claro que sí, amigos, ¿qué pensaban, que iba a dejarlos aquí y faltar a mi palabra? Pues no, ¡un hada nunca rompe sus promesas!- confesó Liletí a los compañeros.
Entonces la pequeñita hada, que revoloteaba moviendo sus dos alas de mariposa muy veloz, posó sus delicadas manos sobre la puerta de la jaula que colgaba de la pared y la abrió - ¡Vamos, vamos, no teman, todo va a estar bien!- los alentó, pues esta sería la primera vez que desplegarían sus emplumadas alas fuera de esa angosta jaula de finos barrotes blancos y forma ovoide; tenía más o menos 30 x 20 cm., un comedero con alpiste y mezcla para pájaros, un bebedero y una piletita donde Penacho y Petit se bañaban todas las mañanas.
- Es difícil- dijo temeroso Petit-, ¿y si nos come un gato?
- Para nada, Petit, eso no ocurrirá, nosotros tenemos alas- alentaba con un rostro muy jovial el hada-, ¡vamos amigos, vengan conmigo, seremos muy felices! Deben probar el sabor de la libertad.
- Es difícil- dijo temeroso Petit-, ¿y si nos come un gato?
- Para nada, Petit, eso no ocurrirá, nosotros tenemos alas- alentaba con un rostro muy jovial el hada-, ¡vamos amigos, vengan conmigo, seremos muy felices! Deben probar el sabor de la libertad.
Los dos compañeros emplumados, Petit amarillo y Penacho negro con un estilo de corbata roja, se observaron. Fueron juntos saltiqueando hasta la puertita, la miraron una y otra vez, con un ojo y con el otro. Se fueron acercando más y más hasta estar bajo el umbral asomando los picos. Y al fin, impulsados por la valentía, salieron al aire y extendieron como nunca antes lo habían hecho, sus alas, y empezaron a sobrevolar todo el living-comedor de la casa.
- Como les había indicado cuando nos vimos la vez anterior, no traten de salir por la ventana, está cerrada y se van a terminar golpeando contra el vidrio- les recordó Liletí.
Así fue que ambos se pararon sobre la jaula, ya fuera de ella, y miraron al hada, por su parte, ella se encendió de luz verde, los cabellos repletos de hojas y flores se le agitaban - Nos vamos, despídanse para siempre de su prisión -.
- Como les había indicado cuando nos vimos la vez anterior, no traten de salir por la ventana, está cerrada y se van a terminar golpeando contra el vidrio- les recordó Liletí.
Así fue que ambos se pararon sobre la jaula, ya fuera de ella, y miraron al hada, por su parte, ella se encendió de luz verde, los cabellos repletos de hojas y flores se le agitaban - Nos vamos, despídanse para siempre de su prisión -.
Los tres fueron envueltos por la resplandeciente luz verde de Liletí, los cubrió y sin más los sacó.
El clima se había mejorado, ya no llovía y el cielo estaba limpio y la luz de las estrellas y de la luna creciente les fue marcando el camino…
El clima se había mejorado, ya no llovía y el cielo estaba limpio y la luz de las estrellas y de la luna creciente les fue marcando el camino…
Desde esa noche, Petit y Penacho junto a su amiga, el hada Liletí, volaron hasta el final de sus largos, libres y felices días.
A. M.