miércoles, 29 de mayo de 2013

La curiosidad No mató al gato


Les seres humanos se dicen curiosos y entrometidos. Tienen dichos populares como por ejemplo “la curiosidad mató al gato”, ¿mató al gato? ¡Qué drásticos son! ¿Acaso la curiosidad es una cualidad tan nefasta como para desembocar en la muerte, o en realidad se usa de chivo expiatorio para enmascarar la causa verdadera?

Les voy a contar la historia de un hombre común, bueno, lo que se diga LA HISTORIA, no, porque de cuento este relato se transformaría en una larga, y por cierto, tediosa novela. Sólo remitiré a la única vivencia excepcional.
Su nombre completo era José Luis Carmelo, hijo de Pedro Alberto, que a su vez era el hijo del anterior José Luis, y podría seguir cinco generaciones hacia atrás, que es hasta donde se remonta eso que llaman “el linaje familiar” o “el árbol genealógico”..., pero no hace a la historia que quiero contarles.
Vivía en una pequeña aldea del norte de lo que llaman España, y su lugar en la sociedad era lo que llaman “campesino”. Sus días eran rutinarios: qué hacer en el granero, ver cuántos huevos pusieron las gallinas, ir a buscar algo de leña para no pasar frío y para poder cocinar, atender la huertilla, y cuando alguno de los hermanos mayores caía enfermo, era su deber ir a sustituirlo a la mina local. Con veintidós años ya habían sido tres mil ochocientas cuarenta y seis veces las jornadas en la mina. Jornadas que nunca se sabía cuánto iban a durar, ni quién iba a ser el nuevo herido, o hasta fallecido… hoy le tocaba a él.
Resultó ser que el hermano del medio, Anastasio José Manuel, se pescó uno de esos resfríos que desembocan en pulmonía cuando no se tienen remedios adecuados y acceso a un médico; la tos pasó de leve a espasmódica y dolorosa. Entonces José Luis Carmelo se puso la ropa de Anastasio, sucia del roce diario con el carbón, y rotosa por el tiempo que no la cambiaban, y partió rumbo a la mina. Llegó a las siete de la mañana, saludó a los compañeros y los puso al tanto de la situación.
Y comenzaron las tareas: lo bajaron por el andamio considerables metros, con una lámpara que funciona a base de alcohol (y después por qué ocurren las desgracias...) en una mano, y el pico en la otra. La soga hizo tope y él bajó pisando el áspero suelo del estrecho túnel. “Tac-tac-tac”, empezó a golpear las paredes para extraer el mineral. “Tac-tac-tac”, una y otra vez. El aire abajo le era denso, así y todo, siguió y siguió picando, las manos le ardían y en la cintura y los hombros creía sentir a una colonia de hormigas mordisqueándole. Para entonces ya había estado metido tres horas continuas, es decir, una insignificancia de tiempo proyectado sobre el promedio de las jornadas. Estaba solo, porque hasta ese momento el túnel era tan angosto que sólo entraba una persona menuda y de hasta 1,70 mts.
Prosiguió con la tarea hasta estar decidido a tomar un “respiro”, sentar no se podía sentar, por ello permaneció parado, pero con el pico en descanso. Y es cuando ocurrió lo que disparó su curiosidad, porque empezó a oír un zumbido letárgico; prestó más atención, agudizó el sentido y pudo reformular la idea, no era un zumbido, era un siseo. - ¿Acaso había una víbora ahí? - se preguntó en la mente. Empezó a sentir miedo, porque el siseo no desaparecía, todo lo contrario, lo oía más intenso (¿de dónde coños viene eso?). ¡Oh sí! A pesar del miedo, no quiso quedarse con la duda. Cerró los ojos para guiarse por la audición, apoyó una oreja sobre la rocosa pared y se empezó a desplazar, con las manos, mejilla y oreja derechas pegadas en las paredes de mineral, (¡es aquí!). Nada más tuvo que levantar el pico y empezó a darle fuertes golpes al punto hallado, llevaba para atrás el pico y lo descargaba con exuberante fuerza en la piedra. Y entonces una porción se desplomó y a través del recoveco creado y usando la lámpara pudo dar con el siseador, nada más y nada menos que...
¿Un dragón? (¡Oh sí, la gran puta, es un dragón!). Pero ¿qué hace un dragón aquí, cómo podía estar vivo?, pensó. Porque estaba vivo, sino cómo podía estar mirando con enormes ojos ámbar de pupila vertical, y cómo podía estar exhalando vapor por sus fauces, mejor dicho, si no estaba vivo cómo podía haber agitado las amplias alas, se le pasó por la mente como un rayo de luz cuando alumbró con la lámpara a través del hueco. Y escuchó más que un siseo, escuchó en su mente resonar una voz grave e imponente.
-   Buenas humano, me has encontrado - escuchó decir al dragón de escamas rojo fuego, hecho que lo hizo gritar de miedo - ¡No, no, no, le suplico, no me hagáis daño, no le haré nada, no hablaré, no diré que le he visto, por favor...! - dijo con la cara colorada y llena de sudor.
-    No hace falta que gimas - volvió a escuchar en la mente -, pues no te haré ningún daño, no me interesa dañar a los que no tienen intenciones de cazarme - sentía resonar en su cabeza -. Soy Rigardo y tengo la cualidad de responder cinco preguntas que tú quieras hacerme. Son cinco porque hoy me gusta ese número, no porque sea una especie de genio de las botellas - y vio cómo aceleraba y espiaba con su ojo ofidio por el hoyo - ¿Quieres preguntar...?
Contra la otra pared pensaba en si seguir la “charla” con el dragón o gritar y aventar la piedra que llevaba en un bolsillo para que lo suban, pero al final, visto y considerando que el dragón confesó no hacerle daño, pensó que sería una buena oportunidad para sacarse algunas dudas, y entonces, empezó a interrogar.
-      ¿Tú vives aquí? - fue su primer pregunta.
 Vio al dragón alejarse del agujero y otra vez volvía a verlo de cuerpo entero, ¡sí que era majestuoso!, pensó.
-    Sí, me gustan las cavernas, de vez en cuando salgo por un túnel secreto que yo mismo     escavé - oyó la respuesta en la mente.
-     Eres bueno? - fue la segunda.
-    Nadie es bueno, las acciones dependen del contexto en que se efectúen. La bondad es una apreciación humana, lo mismo que la maldad, son ustedes los que crean esos conceptos, así que según el humano que se enfrente conmigo, me percibirá como bueno o como malo - y le pareció verlo sonreír, pero nada más era su enfoque visual -. Te quedan tres.
-    ¿Por qué pensamos que no existen?
-   Si te refieres a los dragones, como ustedes nos llaman… Porque los dragones decidimos desaparecer de su panorama, porque nos han cazado, perseguido y maltratado en demasía. Pero de vez en cuando yo busco que me encuentre algún humano pacífico con el que poder dialogar.
El miedo había desaparecido, se sentía muy cómodo, hasta por momentos empezaba a olvidarse que la voz entraba por la mente y que estaba charlando con un dragón.

-    Mi cuarta pregunta es... ¿cuántos años viviré? - y otra vez vio al dragón aproximarse y espiar por el hueco - Acércate y te diré -. Él se acercó seguro y sintió a la lengua bífida del dragón pasar por su frente – Mjm, ¿quieres saberlo?
-     Claro.
-     Vivirás veintidós años, te queda una sola pregunta.
-    ¿¡Veintidós, cómo puede ser posible!? - exclamó impulsivo sin dar cuenta que así había pronunciado su última pregunta.
-     Tu capataz, como ustedes le dicen al que los manda aquí, se ha olvidado que estás aquí, tus pulmones no son suficientes para aguantar el dióxido de carbono y terminarás sofocado. Te quedarás dormido y en tres días encontrarán tu cuerpo. Lo lamento mucho, me caes bien, José Luis Carmelo.
-   Me has sorprendido, nunca imaginé estar con un dragón, ¡ostias, qué eres un dragón!
-     Me gustan los curiosos, los que quieren ver más, los que atraviesan obstáculos - lo oyó confesar -, no pienses que mueres por tu culpa, sé qué estás creyendo eso. El problema radica en la inoperancia de tu capataz, como le dicen a ese tipo que ahora está cerrando la mina y se ha olvidado que quedó un ser de su propia especie.
-    Siento irme, siento flotar, no me siento... - y cerró los ojos, esos ojos que vieron al dragón Rigardo.

¿Cuándo será el día que ellos cambien?, pensé para mi dentro, y con magia exhalada de mis fauces hice el fuego destellante y violeta que volvió a sellar la pared detrás de la que me escondo.
¡Pobre muchacho!, pensé durante varios días, porque luego de que los de su especie se dignaran a bajar y sacarlo del túnel, la tierra y los gusanos fueron su última compañía, pues su humilde familia depositaba toda la atención en salvar de la peste al integrante enfermo, para que otro hijo no muera.
Quién sabe cuánto tiempo tendré que esperar hasta ubicar otro humano de buen corazón con quien compartir mis saberes y así, tener la oportunidad de contarles una historia más esperanzadora y alegre. Por el momento me enroscaré en mi cueva hasta vislumbrarlo.

A.M.

sábado, 18 de mayo de 2013

Los amigos del charco



Sentir, y nos damos cuenta que estamos vivos…

Más allá de ser un pequeño mimado en la casa, no pasaba lo mismo en la escuela. 
No era un niño diestro en las matemáticas, tampoco para la literatura. En Educación Física parecía ser que las hormonas de sus compañeros explotaban transformándose en el hazme reír de todos; en cierta forma daba asco, pues sabía que era muy torpe con el cuerpo y lo dificultosos que se le tornaban los deportes. Él era un niño soñador y de poco habla, se trataba con pocos compañeros, porque la mayoría lo cargaban por ser así como era.
Pero sí disfrutaba del dibujo. Desde que su memoria empieza recuerda lo gustoso que es dibujar. Se recuerda con crayones en las dos manos rodeado por hojas de papel, las témperas, pinceles, acuarelas, la lata de lápices… es lo que más le gustaba hacer y lo que mejor sabía hacer. Por tanto su materia favorita era Plástica y Dibujo.
La tarde anterior al suceso, en la salida de clases, estaba yendo a saludar a su madre y de pronto, pasaron corriendo a su espalda dos de los alumnos más insoportables de Cuarto, esos que se creen mucho por ser un año más grande que uno, y al grito de “¡quemado!” lo empujaron. Él se tropezó con una baldosa levantada, y cayó de cara en el charco enlodado. Esa mañana había llovido y todavía persistía la humedad en el aire. Aunque su mamá les gritó llamándolos, se fueron riendo y se perdieron en la multitud de padres, madres y alumnos. Estaba todo enchastrado de barro, hasta sentía gusto a barro, un asco.
Al otro día, luego de pasar una tarde-noche de mal humor y sin apetito, y de amanecer ensimismado más callado que nunca, llegó la hora de Plástica y Dibujo. Entró al aula la joven maestra tan sonriente como siempre, saludó al grado, todos la saludaron, dejó la cartera y la bolsa grande en el escritorio, agarró una tiza amarilla y escribió en el pizarrón al mismo tiempo que lo leía “Dibujarnos afuera de la escuela”.
-  Hoy se van a dibujar a ustedes afuera de la escuela – dijo la señorita Estella Maris – Puede ser en cualquier lugar que ustedes quieran, pero tiene que ser afuera de la escuela, ¿entendieron chicos?
¡Sí, señorita! – respondió todo el grado al unísono.
Se sintió inspirado. No tardó ni un segundo en pensar lo que iba a dibujar, lo que iba a crear. Concentrado fue plasmando en la hoja de carpeta de dibujo n°5 el dibujo del día. Primero a lápiz, luego lo coloraría en gama de verdes, marrones, rojizos, amarillos y naranjas. Ya finalizando, repasó con el lápiz color negro acentuando detalles seleccionados, sombreó usando el dedo índice derecho, el de la mano desocupada, y obtuvo su creación.
¡Señorita Estella Maris, ya terminé! – la llamó.
¡Cállate orate! – le dijo Facundo haciéndose el Homero Simpson. Varios se rieron.
¡Facundo Iriarte, terminala! – le llamó la atención la señorita Estella Maris.
La maestra se acercó a su pupitre y él le dio el dibujo. Vio la cara de la señorita de Plástica y Dibujo asombrarse, no la vio feliz como siempre que le mostraba uno de sus dibujos, más bien parecía estar… ¿asustada? ¿Tenía miedo, la señorita Estella Maris tenía miedo? Y le habló.
-  Joaquín… ¿Qué es este dibujo…?
Estamos afuera de la escuela, señorita – respondió dejando oír su vocecita de pequeño.
-  ¿Quiénes son esos, Joaquín?
-  Son mis amigos, señorita
-  Tus amigos… ¿desde cuándo?
-  Desde ayer, nos conocimos ayer en la puerta de la escuela. ¿La puerta de la escuela es la escuela, está mal el dibujo?
-  Es que… no, no es eso… la puerta es afuera de la escuela, está bien – la notó algo confundida también - , ¿estás seguro que estos son tus amigos, Joaquín?
-  
En eso se oyó la voz de otra de las alumnas solicitando a la maestra.
Ya voy, esperame un momentito – y le habló de nuevo a Joaquín – Mirá Joaquín, este dibujo que hiciste es bastante violento, ¿está todo bien en tu casa? Si querés podemos ir al pasillo y hablamos.
-  Está todo bien en mi casa, ¿por qué tiene miedo, señorita?
¿Qué son estos bichitos que dibujaste? – le preguntó señalando con el dedo los personajes que estaban saliendo del charco de la puerta de la escuela.
No son bichitos, son mis amigos, y se llaman duendes.
Sonó el timbre del recreo, y como es costumbre, todos los alumnos dejaron sus tareas a un lado y salieron como rayos para el patio. Cuando él se puso de pie para salir del aula, la maestra lo agarró de la muñeca suavemente.
Joaquín, tengo que hablar con tus padres por este dibujo, por favor, dame tu cuaderno de comunicaciones.
Ellos no van a poder venir a la escuela.
No te preocupes, siempre se puede acordar un horario. Por favor, dame tu cuaderno.
Como quiera, pero ellos no van a poder venir a la escuela – y con el cuaderno entre los brazos parado como una estatua, le fijo sus ojos azabache – Mis amigos van a venir a buscarme hoy… - le entregó el cuaderno intercambiándolo por su dibujo, y rápido salió corriendo con la hoja de carpeta impregnada de su creación.
Escuchó los gritos de la maestra aclamando su nombre, pero ya no le importaba. Sus amigos iban a pasar a buscarlo. Huyó escondiéndose en el cuarto de limpieza entre los guardapolvos rosas y verde agua, y aguardó hasta que fue preciso.
Transcurridas dos horas, y sin ser encontrado, aunque por poco y la maestra de Quinto lo logra, escuchó el timbre de salida, y luego gritos. Oyó como todos gritaban de miedo, que corrían llevándose cosas por delante, ruidos de portazos, piques y piques de las pelotas del armario de gimnasia, y también los oía a ellos, a sus amigos. Pasó un rato, bastante corto en su percepción del tiempo, y los gritos y ruidos pararon. Entonces, vio cómo las manos rugosas, igual a como se las había dibujado, corrieron los guardapolvos. En una lengua extraña que sonaba como la madera partida, le hablaron. Sí, eran sus cinco amigos, los duendes del charco enlodado donde se había caído, a donde lo habían empujado los abusivos de Cuarto. Le hicieron seña para que salga del ropero, y dos lo tomaron de las manos, uno de cada lado. Eran bajitos, a Joaquín le llegaban al hombro que era un niño flaquito y bajo, y eran iguales a como los había imaginado, como seres salidos del barro, de caras sonrientes, de piel rugosa, medio encorvados.
Habían atemorizado a toda la escuela, habían hecho una pequeña travesura. Y ahora estaban vivos. 
A. M.

sábado, 11 de mayo de 2013

La Fisgona


Primera Parte: Ahogo.

Se siente plácido, me encuentro nadando en una amplia piscina de natación. Nado estilo crol, nado de espaldas, también intento con el nado mariposa, pero no me sale tan bien. El ambiente se siente cómodo, es un lugar que parece ser algún club con pileta olímpica, el olor a cloro se impregna en mi olfato.
Pero empiezo a sentir que hay algo que no está bien, el agua empieza a sentirse pesada, espesa… Es entonces que me da curiosidad saber por qué no estoy sintiendo el ambiente cómodo como hasta ese momento, miro alrededor, y encuentro la respuesta: ahora nado en un manantial de sangre.
        Ya no hay olor a cloro, hay olor a sangre, un olor que puedo describir mezcla metalizado y mezcla putrefacción. Las aguas color rojo profundo me empiezan a envolver, y yo empiezo a impacientarme, me asusto, me asusta la pileta de sangre. Intento nadar implementando todo tipo de braceos y pataleos, para llegar lo antes posible al borde, pero de forma progresiva, mi cuerpo no se mueve. La espesa sangre comienza a inmiscuirse por mi boca, intento gritar y, una y otra vez, arrojo braceos desesperados y me salpico el rostro, en vano exhalo un alarido; allí no hay nadie, tampoco las palabras me salen. Empiezo a ingerir e ingerir esa pesada sangre, “¿la respiración?” pensé, porque quería inhalar un poco de aire, y no podía. No siento estar respirando a pesar de intentarlo.
       Y cuando estaba a punto de hundirme en el mar sanguinolento, la vi por primera vez. Desde el ventanal del pasillo que conecta los vestuarios con la pileta, me miraba ahogarme en sangre una niña como mucho de siete años, de cabello castaño, largo y lacio, pálida. Vestida, por lo que llegué a ver, con un jardinero y camisa de manguitas abuchonadas.
     A pesar de intentarlo una y otra vez, no pude respirar… la fuerza me abandonó, el cansancio saturó mi cuerpo, y mientras ella continuaba avistándome sin expresión alguna, las olas de sangre me envolvieron y me ahogué.


Segunda Parte: Regurgitación.

Tenía que haber sido un sueño, más que sueño, una nefasta pesadilla, de esas que sentís tanto que te parecen reales, porque hasta sentís olor. Sí, fue una pesadilla, qué bueno, claro, cómo podía ser verdad, qué tontería, nadar en sangre, fui pensando mientras me dirigía al baño. Con tranquilidad, entré. Pero otra vez había algo que no encajaba con mis parámetros de “baño de mi casa”. Así y todo, entré. Crucé el umbral y ahora estaba ahí: era todo blanco, los sanitarios, los azulejos, la bañera, la cortina, el interruptor, los enchufes, todo blanco, excepto la grifería que brillaba, al parecer era de bronce. Miré un poco más y me di cuenta que efectivamente ese no era mi baño, resultaba ser más antiguo y lujoso, y cuando logré razonarlo un vuelco estomacal me dobló a la mitad, retorcijones inaguantables hicieron que me abrace el vientre. De golpe me tumbé sobre el inodoro: sangre. Mis ojos veían chorros y chorros de sangre manchando el interior del inodoro, después empezaron a salpicar el borde y el piso, también las baldosas blancas.
Se me estruja el estómago y vomito sangre, se estruja mi estómago y otra vez vomito espesa sangre. Sin parar, emanaciones de sangre. Huelo sangre coagulada, y veo baldosas salpicadas de rojo. Me intento limpiar la boca con las manos, pero me las mancho, entonces dejo marcas borrosas de mis dedos en la parte interior de la tapa del inodoro que había levantado antes de volcarme, y también en los azulejos, después de haberme apoyado al intentar incorporarme, en vano.
En esa intensa y enferma situación, siento que me están viendo, me volteo mareado para mirar hacia la puerta, y otra vez, ahí parada sin expresión, pálida y vestida con el jardinero de jean y la camisa de magas abuchonadas color blanca con florcitas rosas y cuello de volados; la niña de aire siniestro me estaba observando.
-    ¿Estás bien? - me dice de pronto con su voz aniñada aguda.
-    Sí - atiné a responderle, porque sentía que esa era la verdad, me sentía mejor.
Y en silencio la siniestra niña me cautivaba, mientras la sangre se salía de mis entrañas. Los dolores, aunque persistían, iban siendo más leves.


Tercera Parte: Regreso.

Sábanas, calidez, oscuridad.
Abrí de golpe los ojos y vi el techo de mi cuarto. Estaba transpirado, las sábanas estaban húmedas. Sentí que el corazón me latía a mil por hora. Recordando las pesadillas, me palpé la boca, los dientes, la lengua, y después de mirarme las manos, me di cuenta que ya había despertado, todo había concluido, al fin, otra vez en la realidad. Ese pensamiento me alivió y dejé de transpirar. Tenía la boca seca, por eso decidí servirme un poco de agua.
Me levanté de la cama y fui directo a la cocina, llegué, y encendí la luz. Un espasmo de un temor indescriptible me paralizó, porque allí, extendiendo un brazo ofreciéndome un vaso con sangre, estaba la siniestra niña.

A. M.

jueves, 9 de mayo de 2013

La Fantasía



Sensación de libertad,
sensación de expansión,
sensación de creación,
sensación de lo imposible.
 Para los niños y adultos,
para los que se niegan a la sumisión de lo real,
a la opacidad de la vida cotidiana,
al envejecimiento del ser.
El mundo de lo imposible se convierte en posibilidad tangible,
los miedos se vencen,
las alas de la liberación se abren,
y las cadenas opresoras son quebrantadas.
Fantasía e imaginación,
hacedoras de todas las posibilidades pensadas,
creadoras de lo soñado,
¡oh, no dejes que te las chupen!
El mundo opaco de lo real,
pies cansados y mentes turbadas,
alienación del espíritu creativo y autogestivo,
te las han arrebatado suplantándotelas por las tristes.
A. M.

viernes, 3 de mayo de 2013

Anillos de Ingenuidad



Eran las costas de un extenso mar de aguas verdes y azulinas, corría una cálida brisa que daba regocijo cuando rozaba un rostro. La arena brillaba y el sol se alzaba fulguroso en el amplio cielo. A lo lejos, el sonido del agua rompiendo sobre las rocas, y de vez en cuando, se oía pasar una bandada de gaviotas revoloteando, cada sonido parecía ser único, irrepetible, especial; un lugar para el deleite de un fotógrafo locuaz y para los que buscan una distensión cien por ciento asegurada, playas serenas y alejadas de los cúmulos de gentío.
Ahora pasaba una parejita, que por poco y las cabezas salpican arroz. Como la mayoría de esas pequeñas relaciones sociales que pasaban a conocer, llevaban colgada de alguna parte del cuerpo, por lo general de la muñeca y también del cuello, sus cámaras de vídeo y fotográficas. Se los veía felices, entusiasmados, el lugar les estaba pareciendo fantástico, pues sus cambios de planes estaban valiendo la pena. Caminaban tomados de la mano desocupada, en el caso de ella la izquierda y la de él, la derecha, sintiendo la arena húmeda en los pies, de tanto en tanto, el mar les mojaba los talones. Se miraban y sonreían, avistaban lo maravilloso del paisaje lugareño, y se besaban. Oían el sonido placentero, relajante, calmo, inmenso…
Continuaban transitando por la costa, que se fue achicando dando lugar al acantilado, las piedras se habían hecho grandes. Para entonces, el agua les salpicaba los rostros ruborizados, ahora el olor del mar se impregnaba en sus narices, se iba inmiscuyendo hasta ser nítido y total. Y las olas azotaban las rocas cubiertas de musgo y algas. Oían y olían al mar, estaba dentro suyo, los descomponía en partes, una sensación de puro placer.
Las cámaras se derrumbaron, los ojos se cerraron, el mar se los comía; pero oían a la inmensidad del paraíso sensitivo en el centro de sus cabezas, sonaba y sonaba majestuosamente. Sentían la arena en la espalda, y el olor penetrante del mar, y la arena en la espalda, y el magnífico sonido de aquel mar. Y las manos se separaron, y los jóvenes anillos se cayeron, y una sensación de calidez licuada en las muñecas…
Un eco sibilante había, parecía estar ensalivándose los labios (¿acaso un eco tiene labios…?), y el olor del mar no se iba. La sensación de calidez licuada estaba llegándoles a los hombros, al cuello, y el eco se saboreaba, los descomponía en partes, el olor era intenso, los estaba mareando, las nauseas estremecían y el estómago se les retorcía.
Sin más, ambos abrieron los ojos, ya no había sol, ni cielo, ni mar, en su lugar la penumbra de una gruta entremetida, y allí, mientras estaba recostada en medio, vieron su rostro... uno jamás visto. De ojos naranjas y nariz ofidia, el cabello fucsia, lleno de algas y pequeños moluscos, le caía sobre la mejillas y le cubría los protuberantes senos, y le vieron los dientes de tiburón manchados de sangre (tienen sangre, ¿qué sangre?). Y es así que se observaron y allí se vieron mutilados, pues un brazo les faltaba. Gritaron y gritaron, lloraron, rogaron, rezaron al Señor Todo Poderoso que lo unió en sagrado matrimonio; ahora les faltaba una pierna.
Y vieron a los ojos anaranjados fijarse en los de ellos, le rogaron una y otra vez. Pero la temible mujer agitó su escamosa y azulada extremidad con aletas enormes en la punta. Lo último que llegaron a ver fueron sus feroces dientes de tiburón venírseles en cima.
Eran las costas de un extenso mar.
El sonido placentero, relajante, calmo e inmenso era evocado otra vez.
A. M.

miércoles, 1 de mayo de 2013

1° de Mayo: Luchas, cuerdas y cuellos



A finales del siglo XIX el mundo cambió. La creciente industrialización y desarrollo capitalista, marcó un antes y un después en la economía como también en todos los demás ámbitos de la vida social.
Nuevos actores sociales aparecían en la escena política-social; actores como los obreros de Chicago que el 1° de mayo de 1886 decidieron organizar una huelga general como modo de oponerse a las modalidades de trabajo que regían hasta entonces: los obreros se veían condenados a cumplir con una jornada laboral que sobrepasaba las 12 horas, no tenían vacaciones, no gozaban de cobertura médica, las mujeres ganaban menos que los hombres (problemática no saldada), los niños tenían que trabajar, a la noche se seguía laburando... y las condiciones en las que tenían que desempeñar sus labores eran por demás insalubres y denigrante.
Así pues, 200.000 trabajadores iniciaron la huelga mientras que otros 200.000 obtenían esa conquista con la simple amenaza de paro. Para el día 3 de mayo, respondiendo al acto proletario, las fuerzas policiales no titubearon en reprimir disparando a quemarropa sin aviso, con la complicidad de los esquiroles (rompe huelgas) que continuaban activando la producción en las fábricas. Por su parte, la prensa complotaba en contra del movimiento obrero, dando informes falseados y fuera de todo contexto real (cualquier semejanza con la actualidad no es simple azar). En días posteriores, centenares de trabajadores fueron golpeados, torturados, detenidos. Todos ellos acusados del asesinato de un policía.
Recién para finales de mayo de 1886 varios sectores patronales accedieron a otorgar la jornada de 8 horas a varios centenares de miles de obreros. Pero…
El 21 de junio de 1886 los ocho trabajadores que declararon culpables fueron encarcelados y cinco de éstos ahorcados, pero no fueron las únicas víctimas ya que el número de trabajadores heridos o asesinados es inexacto.
Es importante tomar conciencia sobre el acontecimiento. Uno, para que la lucha llevada a cabo por los obreros de fines del siglo XIX a principios del XX no se olvide, porque lo cierto es que ahora, en nuestros tiempos, es confuso el origen de esta fecha tan importante para los trabajadores de todas las áreas. Y dos, para saber que los sectores que detentan el poder gubernamental y económico, como desde entonces, nos despojan de toda conciencia y conocimiento de la forma como se desenvolvieron los eventos.
Por esto, es elemental no naturalizar al 1° de mayo como una fecha para un feriado más, porque así olvidamos el real significado de la lucha social que los obreros de Chicago dieron, olvidaríamos así que por sus muertes (y claro está, la de muchos más trabajadores de la época) ahora se goza de un conjunto de derechos laborales que todo empleador debe cumplir, aunque… ¿todo empleador los cumple, todos los empleados gozan de sus derechos? No. Es evidente que las condiciones insalubres continúan en pleno siglo XXI, y la brecha de diferenciación económica, cultural y social cada vez se va ampliando más y más.
Para concluir con este ensayo que dedico a todos los obreros y obreras del mundo (trabajadores, laburantes, explotados, los que hacen mover la gran tuerca de este sistema, o como prefieras llamarlos o llamarte) quiero citar una frase de Albert Spies, trabajador ejecutado en Chicago el 11 de mayo de 1887 por pensar una realidad más justa y luchar por ella:
"Si creéis que ahorcándonos podéis acabar con el movimiento obrero... el movimiento del cual los millones de oprimidos, los millones que laboran en la miseria y la necesidad esperan su salvación, si ésta es vuestra opinión, ¡entonces ahórcanos! Aquí pisoteáis una chispa, pero allí y allá, detrás de vosotros, frente a vosotros, y por todas partes, las llamas surgirán. Es un fuego subterráneo. No lo podréis apagar".
A. M.