viernes, 1 de noviembre de 2013

Capítulo III: Comienzo

El Gran Sueño
Vol. I: La Búsqueda

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- Capítulo III-
Comienzo


1

Los dos días habían concluido. El crepúsculo de la tercera mañana en la que debían partir se iba abriendo. La brisa correteaba entre los matorrales y, alchocar contra las hojas, hacía que éstas se muevan como si ellas bailaran. Amaneció un día feliz.
Saliendo con sus caballos, ya estaban los tres elegidos por Túkmuney para enfrentar al mundo en búsqueda de los cuatro jóvenes. De los laterales de los caballos colgaban bolsas de tela color verde musgo en donde llevaban algunas cosas para el largo camino. Los tres se habían alineado uno al lado del otro junto con sus animales.
En ese momento Túkmuney salió, y no venía solo, a sus espaldas levitaba un enorme cofre rectangular, que a simple vista podía deducirse que tenía dos metros de largo; éste brillaba cuando el sol pegaba en él. Una vez frente a los tres futuros viajeros, acomodó el cofre, que aun flotaba, entre ellos y despacio lo fue haciendo aterrizar, luego el mago comenzó a hablarles - Bueno, finalmente este día de verano ha llegado. Compañeros míos, tengo en ustedes mucha confianza, porque creo que lograrán el cometido -. Se hizo un silencio. El mago se agachó y casi sin dejarse oír, pronunció unas palabras al mismo tiempo que con sus manos hacía ademanes sobre la cubierta del cofre. Y entonces éste se fue abriendo delante los ojos inquietos de los tres compañeros. Observó a cada uno y prosiguió - Estos objetos que ahora les entregaré han estado guardados en este cofre durante más de mil años - los miró - . Fueron resguardados por los anteriores compañeros de la caverna, son tres objetos únicos y sagrados. Hasta este día yo los he conservado porque, como les he dicho en varias oportunidades, mis anteriores compañeros han fallecido o han optado por magia oscura, y como estos objetos poseen un poder muy grande, es muy peligroso que el Mal los obtenga.
-          ¿Qué nos quieres decir, padre?- dijo Simploy de repente - ¿Nos los darás arriesgando a que estén descubiertos y que sea más probable que el Mal los obtenga?
-          Sí, me arriesgaré - contestó seguro y serio Túkmuney-, me arriesgaré porque sé que los necesitarán para cumplir la misión y, además, porque confío que ustedes no los perderán.
Ewon y Agoth se observaron por un instante. Poco después, Túkmuney se incorporó dejando al descubierto el primer objeto. Era una espada  aun dentro de su estuche metálico.
-          Agoth, esta poderosa espada será para ti - decía entregándosela -, por favor desváinala.
Agoth la tomó con cuidado sobre sus manos, observó la brillante vaina que la resguardaba, y entonces, muy veloz, la desvainó quedándose con la espada en su mano derecha. El arma era imponente. La hoja brillaba con un plateado color que enceguecía al que la enfrentara con sus ojos. Poseía un mango muy original; semejante al bronce, pero con pequeñas incrustaciones de piedras preciosas. Agoth comenzó a movilizarla cortando el aire que, cuando era cruzado por la espada, un sonido idéntico al de un látigo se oía. Luego, la guardó dentro de la vaina metálica.
-          Mi señor, daré la vida por esta espada - contestó haciendo una pequeña reverencia -  Le doy mis más leales gracias.
Túkmuney las recibió haciendo un leve movimiento hacia el costado con su cabeza. Luego continuó.
-          Ewon - decía ahora mostrando un largo y delgado palo blanco que en un extremo tenía una piedra color cobre – este báculo posee una gran magia, porque la piedra que tiene fue colocada y bendecida por uno de los magos blancos más sabios y poderosos, mi sabio maestro, Zilti. Es para ti.
-          ¡Zilti! - exclamó Ewon sorprendida - El mago más grande de esta Era, el mago que ha muerto en la Colina Grande, ¿no es así?
-          Sí, es así Ewon - contestó algo melancólico Túkmuney - Zilti fue acecinado por el mago más oscuro, Óc... ¡bueno, no me gusta pronunciar su nombre! – dijo agitando sus brazos y con el seño fruncido. Después, extendiendo las manos, hizo entrega a Ewon del báculo - Ewon, úsalo en el caso en que su vidas se encuentren amenazadas por la magia oscura, por la energía negra.
-          Así lo haré, Túkmuney.
Había llegado el turno de Simploy. Esta vez Túkmuney sacó de aquel cofre una mediana bolsa de terciopelo rojo con un cordón dorado que la cerraba. La bolsa tenía una forma rectangular y al parecer, esa forma se la daba esa forma se la daba algo que estaba en el interior - Hija mía - dijo el mago -, este es el objeto más cuidado por mí, más ocultado por mis ex compañeros; por ser el más poderoso y dual de los tres.
Desatando el cordón, abrió la bolsa y dejó al descubierto un mediano libro con incontables páginas. Su cobertura era de un grueso y duro cartón de color azul que en la tapa poseía un título escrito en ideogramas, decía: “El libro de los Conocimientos Arcaicos y Recopilaciones de los Conjuros”. En la contratapa había una figura graficada con plateados trazos al igual que las letras. Se trataba de una estrella que no habían visto, porque en vez de poseer cinco picos, tenía diez. Viendo los sorprendidos rostros, Túkmuney pasó a explicar – Noto que imagen de la contratapa logró captar su atención, es natural, ya que es una estrella algo peculiar. Como deben imaginarlo, es una estrella mágica.
-          ¿Sirve al Bien o al Mal? - preguntó Simploy.
-          Ni a uno ni al otro - contestó con sabiduría su padre-. Porque como saben, la estrella blanca es la que posee un pico hacia arriba, y la negra la que posee dos picos hacia arriba. Pero ésta no es como alguna de las dos, ya que tiene tres picos hacia ambos extremos. Esta estrella es Dual, o sea, puede servir al Bien como al Mal por igual, porque podrían separar a la estrella en dos: en la blanca, con su único pico hacia arriba, y en la negra con sus dos picos hacia arriba. Entonces al juntarlas, se crea la Estrella Dual de diez picos. ¿Han comprendido?
Los tres afirmaron a la pregunta.
-          ¿Qué es lo que contiene este libro? - preguntó Simploy.
-        Contiene los conjuros más ancestrales, son esos que fueron descubiertos y  utilizados por los Grandes, hija mía. Como ya sabes, son conjuros que no tienen Lado, pueden servir para las mejores causas como también para las más horribles de la Historia - comentaba Túkmuney mientras los tres lo oían muy atentos-. Pero también, como lo indica su título, contiene al verdadero libro de los libros, entre estas tapas de cartón tan rígido, se hallan los manuscritos antiquísimos de la Sabiduría legada desde los primeros tiempos, impermeables al agua, al fuego y al aire, por un procedimiento específico desconocido, hasta para mi conocimiento - caminaba de lado a lado, ahora - . Nunca puede caer en las manos del Mal, ya que, como lo demuestra la estrella, también pueden esos conjuros ser utilizados para hacer mal y, por sobre todas las cosas como ya lo saben muy bien, el Saber es Poder - hizo una pausa tragando algo de saliva -. Simploy, cuida este objeto más que a tu vida misma – rogó -; debo indicarte algo más antes que partan. Fíjate en el capítulo veinte, pero hazlo cuando ya se hallen a kilómetros de aquí. Léelo todo, no lo olvides.
-      Gracias, padre, no lo olvidaré - dijo tomando el libro y colocándolo en la funda -, lo cuidaré más que a nada en los Mundos, lo prometo. Pero antes de partir, debo hacer una pregunta más...
-          Dime Simploy- dijo Túkmuney.
-          ¿Cómo debo utilizarlo, y cuándo?
-         Tú sabrás, ya eres una excelente maga blanca, sólo te diré que lo escondas muy bien - ahora miró a cada uno muy serio -. Estos objetos que llevarán son simplemente una espada, un bastón y un libro a los ojos de cualquier persona común, pero cuidado con los objetos, ¡escóndanlos muy bien! Porque el Mal, si actúa con inteligencia, los reconocerá, y como ustedes ya lo saben, el Mal ronda por doquier, porque hasta una ingenua anciana puede ser una gran bruja negra del Sur o algún engendro del Inframundo...
-          Tendremos el mayor de los cuidados, mi señor - dijo Agoth.
-         Bueno, entonces ya sabidas estas cosas y con los objetos sagrados en su   posesión, deben partir ya - dijo Túkmuney- ¡No deben perder más tiempo aquí! ¡Vamos, vamos!
Los tres montaron y se fueron alejando de la caverna al galope. Tres brazos en lo  alto ya se veían a lo lejos. Túkmuney cerró el cofre ahora vacío, lo puso a levitar y pronunciando unas palabras al aire en voz susurrante, ingresó a la caverna. Esas palabras habían dicho: “Luz Blanca, guíalos y protégelos en el camino”.

2

Horas pasaron desde que habían abandonado la cueva. Los tres cabalgaban ahora a mediana velocidad por el bosque. Según las ideas que les había transmitido Simploy un rato después de la partida, debían ir hacia el Este para encontrarse con el camino que los llevaría al muchacho más cercano del lugar en donde estaban: Argentina. Ellos deberían hallar el río que luego se convertiría en lo que la gente común llamaba Río Paraná. El camino iba a ser largo, doce días como mínimo. Hasta Escobar, los días se convertirían en un mes.
El sol ya era cálido y brillante, el cielo de aquel día era celeste. Los tres jinetes continuaban sobre sus caballos, los cuales habían recorrido hasta el momento mil kilómetros llegando a la Meseta Grande del Sur, algunos cerros comenzaban a verse. El primer lugar lo tomó ahora Agoth, porque esta zona del mundo era una de las que él conocía sin problemas. En segundo lugar iba bien erguida, Ewon. Por último, Simploy que cabalgaba mirando hacia todos los lados, muy atenta. De pronto, parándoles la marcha, una elevación de tamaño importante se les impuso frente a ellos. Se detuvieron observando a lo alto. Agoth fue el primero en descender del animal, dio unos pasos y después se volvió mirándolas.
-          Debemos escalar - dijo-, bajen de los caballos, estos animales no son buenos para relieves como éstos - terminó señalando al cerro.
-          ¿Qué haremos con ellos? - preguntó Simploy.
-          Lo lamento, pero tendremos que abandonarlos aquí - dijo el joven hombre.
-          ¿Qué, cómo? ¡No, yo no abandonaré a mi leal y querido caballo! - dijo Simploy -   Él me acompaña desde niña en todas mis travesías, él es incondicional, Agoth.
-          ¡Pero, Simploy!- refutó Agoth con elevada voz - ¡Ahora debes obedecerme! Con estos animales perderemos más tiempo de lo previsto...
Ewon escuchaba atenta la discusión entre Agoth y Simploy. Ella los miraba a uno y luego a otro mientras iban hablando. Sin resistir más las voces bulliciosas de sus compañeros, intervino - ¡Ya, silencio! - gritó. Los dos callaron de pronto. Ewon continuó - No permitiré estas estúpidas discusiones que no nos llevan a ningún sitio - fue bajando el tono de voz, hasta convertirla en la natural -. Agoth, no me gusta que subestimes a estos animales, que pueden llegar a ser tan sabios como un humano.
-          ¡Ja, ja, ja!- reía Agoth - ¡Ewon, no me digas esas idioteces! Comprendo tu amor por las bestias y vegetales, pero igualarlos con nosotros...- haciendo un gesto de desinterés con el rostro - ¡Por favor! Continuemos con el camino y terminemos con esta estúpida pelea...
-          Tú no entiendes nada, Agoth -  respondió Ewon -. Ahora te demostraré lo que para ti es una estupidez...
Simploy era la que observaba la situación ahora.
-          Simploy, baja de tu caballo, por favor - pidió amablemente Ewon.
Ella obedeció colocándose al lado de Agoth. De inmediato, Ewon fue acariciando a los tres caballos, uno por uno, en sus rostros, y ellos, así como así, se colocaron en fila, uno al lado del otro. Ewon se paró en frente de los animales; los miró a los ojos, también ellos la miraron inmóviles. La dama extendió los brazos, abriéndolos, y después les hizo una reverencia. Los caballos, como por arte de una magia, se agacharon frente a Ewon y, al volver a incorporarse, relincharon. Agoth no lo creía. Por el contrario, Simploy sonrió; al parecer ella comprendía el acto. Poco después, los caballos empezaron a escalar aquel cerro, muy audaces. Parecía como si su raza era la que se acostumbraba a utilizar para tareas en montañas, y no las mulas.
Agoth estaba perplejo sin llegar a comprender. Ewon habló - ¿Y ahora qué piensas, Agoth?
Balbuceando contestó - Yo... Yo no comprendo... ¿Cómo estos animales han comenzado a subir sin causar problemas, cómo Ewon...?
Ewon sonrió mirando hacia el suelo.
-          Ewon puede hablar con los animales, es capaz de hablar todas sus lenguas y  también puede lograr que ellos la comprendan - dijo Simploy.
Agoth no respondía, no lograba salir del estado de shock.
-          Yo te lo había dicho, Agoth - comenzó a decirle Ewon-, los caballos pueden resultar ser más intrépidos de lo que muchos humanos, como tú, piensan.
-          Perdón, es que...- se disculpó Agoth agachando la cabeza.
-          Está bien - respondió dulce Ewon -, pero ahora escalemos, los caballos nos esperan unos metros más arriba.
-          ¿Y cómo lo sabes? - le cuestionó Agoth.
-          Yo se los he pedido, y ellos aceptaron con gusto - explicó Ewon -, me han dicho,  además, que están felices de cooperar con la misión. Y también me han hecho saber que están muy agradecidos por el buen cuidado que reciben de nuestra parte.
 Agoth se sonrió un instante sin llegar a terminar de comprender lo sucedido. Simploy fue la primera en poner sus pies sobre las rocas -¡Vamos, apresúrense!- ordenó desde lo alto. Sin perder más tiempo, la dama y el joven de las montañas comenzaron a escalar. Instantes después, vieron a sus caballos leales allí aguardando sus llegadas. Luego de aproximarse, montaron y siguieron unos cuantos metros en ascenso.
Todo fue trascurriendo en el tiempo, el sol estaba apagándose en el horizonte, dando lugar a las últimas horas de una tarde muy pesada y cansadora. Aún continuaban galopando sobre sus fuertes corceles en las rocas de la Meseta Grande del Sur; a veces parecían como si ésta terminara, pero nuevamente las elevaciones volvían a emerger desde la tierra. Ahora nada de llanura a la vista. De vez en cuando, podían oírse a los delgados arroyos de aguas heladas que serpenteaban. Al cruzar con alguno, ellos desmontaban para beber y recargar las botellas de aluminio; los caballos también se refrescaban.
La noche llegó tan de prisa, sorprendiéndolos en medio de la travesía. Para entonces, ni siquiera los dos faroles de Ewon alumbraban en esa densa oscuridad. Las únicas luces visibles eran las estrellas que colmaban el cielo, indicando otro buen día. Entonces, decidieron acampar. Así, Agoth y Ewon emprendieron el armado de una precaria tienda con algunos elementos que él había cargado en su equipaje, mientras que
Simploy buscaba ramas secas para poder encender una fogata. El viento allí en lo alto era fuerte. La pequeña tienda con tres frazadas en el interior ya estaba dispuesta, pero aun nada de fuego. Simploy trataba de encenderlo, pero era imposible: uno porque el viento era muy fuerte y lo apagaba, y dos, porque las ramas que había hallado no eran  suficientes. Harta, se desplomó sobre el duro suelo - ¡Es imposible, compañeros!- dijo Simploy desesperada.
-          En verdad el viento es fuerte - dijo Agoth -, la fogata no podrá prender aquí.
Los tres se observaban en la noche, mientras el viento iba helando sus cuerpos. Así permanecieron unos minutos, callados temblando con las pieles tensas, hasta que
Simploy se paró entusiasmada - ¡Ya lo tengo! – dijo - Seguro habrá una solución...
Se acercó a su caballo y, revolviendo un poco el equipaje, halló el libro mágico. Le quitó la envoltura y fue abriéndolo, muy despacio lo fue hojeando - ¡Aquí debe haber algún conjuro que pueda ser utilizado para encender el fuego! - dijo más animada.
Esta reacción reanimó a los otros. Durante algún tiempo, Simploy fue viendo, hoja por hoja, el libro mientras tiritaban de frío. De manera que, ya casi resignada, pudo  encontrar ese preciado conjuro - ¡Es este, éste! - exclamó la joven maga muy contenta señalando lo hallado.
-          Déjame ver, Simploy - pidió Ewon -. Parece ser el correcto, léenoslo, por favor.
-          Así lo haré - contestó Simploy -. Bueno, dice así:
El Fuego. Elemento del Verano y del Cuadrante Sur. Región de los Reinos del mediodía.
Tú, maestro, tú, ser viviente; si deseas desatar a El Fuego en forma de elemento, di estas palabras y él se te presentará...”.
-          ¡Vamos Simploy, has el conjuro! - dijo Agoth.
Simploy cerró sus ojos y comenzó a hacer ademanes con el delgado brazo derecho mientras leía las palabras del libro, que sostenía con la otra mano.
-          Rei Ja Tumulú, Ha Come Siphia, Ha Come Furto, Yei Ka-Fuego - decía con lúgubre voz - Yei Ka!
Súbitamente, una gran llamarada de fuego apareció frente ellos alumbrando sus rostros perplejos. Simploy cerró veloz el libro. Después de guardarlo, palmeó fuerte sus manos junto al fuego y éste se convirtió en llamas más pequeñas. Gracias a la magia de Simploy pudieron asentarse cómodos. Cenaron verduras que, por supuesto, Ewon había preparado antes de emprender el viaje. Era costumbre que la dama tenga todo condicionado, una de las razones deviene que desde pequeña, vaya a saber uno cuántos años hacía de eso, tuvo que sobrevivir usando sus habilidades, tanto mágicas como culinarias.
-          Mmm… ¡están buenísimas! - dijo con la boca llena Agoth - ¡Qué bien preparas estas cosas, Ewon!
-          Sí, ¿qué son? - intervino Simploy tragando.
-          Son buñuelos de acelga, cebolla y alcaucil triturados, los envuelvo en las hojas más grandes de acelga para que no se desarmen, y los hiervo - comentó la dama - ¡Me alegra que les guste! Es una receta que aprendí hace mucho el tiempo que tuve que estar en el orfanato, ¿les hablé de eso? - consultó notando las caras expectantes de los otros dos. 
Y les habló de su experiencia viviendo en el orfanato de monjas cuando tenía nueve años - Sí, viví allí dentro desde los nueve hasta los doce, que es cuando me pude liberar de ese calvario - dijo gestualizando con los ojos hacia arriba -. Lo único que saco en limpio son esto buñuelos - comentó mirando el bocadillo y dándole un mordisco. Los tres rieron unos momentos. 
-          ¡Uf! Eso del orfanato debe ser terrible, me imagino - decía Agoth-. Por suerte después de perder a mi familia pude vivir con ustedes hasta hacerme adulto – dijo mirando a la joven maga que saboreaba los bocadillos sin cesar.
-          Has tenido suerte, Agoth, el orfanato es algo que no le deseo a nadie, ¡un lugar muy deprimente! Pero bueno, gracias a la magia pude escapar de ese infierno, ¡ay, con sólo recordar lo que hacían esas monjas cuando para ellas te comportabas mal se me eriza el cuero! - terminó diciendo Ewon a la vez que mostraba un brazo y se lo fregaba. 
Transcurrida una hora, los tres compañeros dormitaban dentro de la tienda. El fuego los calentaba, los caballos también dormían a pocos pasos de ahí.
Y ya había nacido otra clara mañana; la fogata se había disipado hasta entonces. Aún los tres jinetes dormían, contrariamente a ellos, los animales estaban despiertos hace ya algunas horas comiendo unas hierbas que les habían dejado la noche anterior. Yal fin y al cabo despertaron. Comieron frutos y partieron rumbo a la Argentina.

3

Horas, tardes, noches y días se iban sucediendo sin cesar. La Meseta Grande del Sur había quedado atrás hace ya dos semanas. Ahora bordeaban el río buscado. Era un caudaloso manantial, que cada vez que iban acercándose más al sur, se hacía más tranquilo. Una llanura lo rodeaba. Pequeñas casitas comenzaban a divisarse a lo lejos marcando la entrada a la civilización. Las casas fueron creciendo en cantidad semana tras semana.
Los tres elegidos empezaron a ser vistos por personas que allí residían, eran observados por las miradas penetrantes, obsecuentes y acusadoras de los ciudadanos, mas ellos seguían adelante costeando al río. Iban a cumplirse ya cuatro semanas y aún nadie se había atrevido a acercarse a los extraños viajeros. Pero cuando era la tarde del día veintitrés de marcha, una muchacha con dos pequeños lo hizo, les dirigió unas palabras. Las ciudades eran parte del paisaje ahora.
-          ¡Hola! ¿Quiénes son ustedes? - les dijo.
Al oír esa pregunta, ellos se miraron entre sí algo alarmados. Simploy habló desmontando - ¡Hola Señorita! - dijo-  Me alegra que alguien sea capaz de darnos sus palabras - hizo una corta pausa y ofreciendo una mano continuó -. Mi nombre es Rosita, ¿sería tan amable de informarle a estos tres viajantes en qué sitio se hallan?
Mirándola algo sorprendida, la joven le respondió - ¡Así que turistas! – exclamó - Esta ciudad es Rosario, una de las más importantes de la provincia de Santa Fe, ¿qué los trae por acá?
-          Sólo paseamos - dijo Ewon -, nos encanta pasear y conocer este bello país a caballo - sonriendo acotó.
-          Ah...-  suspiró la muchacha - Les recomendaría que cambiaran esas ropas, si es que van a visitar el centro de la ciudad, porque si no van a ser rechazados - aconsejó a los tres raros personajes mirándoles de arriba a abajo.
-          ¡Oh, muchas gracias! - dijo Agoth sonriendo - ¿Sabe a cuánto estamos de camino a Buenos Aires yendo en nuestros caballos?
-          Mmm... No sabría decirle, pero supongo que como mínimo a un día y medio, más o menos... Quizá más - respondió ella - ¡Lo que pasa es que no sé calcular cuánto se demora en caballo! Yendo en un colectivo se tarda unas seis horas.
Ya animando a sus audaces caballos para que aceleren la marcha - ¡Muchas gracias! - dijo Ewon con alta voz.
Ahora los tres galopaban a mucha velocidad por las márgenes del Río Paraná. Todas las personas que lograban verlos no podían entender la presencia de estos extraños. Algunos opinaban que eran locos, otros ridículos; sólo viajeros o también vagos. Entre otras conjeturas absurdas.
Noche, pero a diferencia de otras noches, ésta estaba perfectamente alumbrada por un sin fin de luces provenientes de las ciudades más cercanas al río. Los caballos corrían sin detenerse, al parecer llegaban a intuir las ansias sentidas por sus jinetes. Por su parte, ellos con los rostros bien tensos y con los ojos bien abiertos, los avivaban para conseguir su máximo potencial. Querían llegar, querían ver a primer muchacho, se preguntaban cómo sería, cómo reaccionaría, si los aceptaría, si los rechazaría, dudas que iban divagando por sus agitadas cabezas. Sin dar respiro, prosiguieron, nada los retrasaría, al menos no esta noche.
Ya habían dejado las costas del río cinco horas atrás, cuando el crepúsculo del amanecer se estaba avistando entre las casas a lo lejos. Y luego tan rápidas como el viento, doce horas quedaron detrás de ellos, y ahora los jinetes cabalgaban por las calles asfaltadas de la provincia de Buenos Aires. Las personas con quien se cruzaban no llegaban a creer lo que veían: una esbelta mujer de largos cabellos  rubios y extraño vestido, un muchacho con ropa semejante al de un antiguo guerrero y una jovencita de cabello blanco y ojos violetas con un ropaje algo andrajoso, cabalgando sobre unos bellos y gallardos caballos que llevaban grandes bolsas. De una soga del caballo de Ewon iba sujetado el poderoso báculo, aunque la piedra del gran Zilti iba escondida dentro de una bolsa. Así es que ellos no hicieron caso a las palabras del mismo Túkmuney, atreviéndose a entrar a las ciudades de igual manera que en sus ocultos recintos.
De pronto, vieron un enorme cartel de madera con prolijas letras pintadas que decía: “Bienvenidos a Escobar, ciudad de las flores”. Los caballos volvieron a acelerar.


A. M. 

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