Comienzo
1
Los dos días habían concluido. El crepúsculo de la tercera mañana
en la que debían partir se iba abriendo. La brisa correteaba entre los
matorrales y, alchocar contra las hojas, hacía que éstas se muevan como si
ellas bailaran. Amaneció un día feliz.
Saliendo con sus caballos, ya
estaban los tres elegidos por Túkmuney para enfrentar al mundo en búsqueda de
los cuatro jóvenes. De los laterales de los caballos colgaban bolsas de tela
color verde musgo en donde llevaban algunas cosas para el largo camino. Los
tres se habían alineado uno al lado del otro junto con sus animales.
En ese momento Túkmuney salió, y
no venía solo, a sus espaldas levitaba un enorme cofre rectangular, que a
simple vista podía deducirse que tenía dos metros de largo; éste brillaba
cuando el sol pegaba en él. Una vez frente a los tres futuros viajeros, acomodó
el cofre, que aun flotaba, entre ellos y despacio lo fue haciendo aterrizar, luego
el mago comenzó a hablarles - Bueno, finalmente este día de verano ha llegado.
Compañeros míos, tengo en ustedes mucha confianza, porque creo que lograrán el
cometido -. Se hizo un silencio. El mago se agachó y casi sin dejarse oír,
pronunció unas palabras al mismo tiempo que con sus manos hacía ademanes sobre
la cubierta del cofre. Y entonces éste se fue abriendo delante los ojos
inquietos de los tres compañeros. Observó a cada uno y prosiguió - Estos
objetos que ahora les entregaré han estado guardados en este cofre durante más
de mil años - los miró - . Fueron resguardados por los anteriores compañeros de
la caverna, son tres objetos únicos y sagrados. Hasta este día yo los he
conservado porque, como les he dicho en varias oportunidades, mis anteriores
compañeros han fallecido o han optado por magia oscura, y como estos objetos
poseen un poder muy grande, es muy peligroso que el Mal los obtenga.
-
¿Qué nos quieres decir, padre?-
dijo Simploy de repente - ¿Nos los darás arriesgando a que estén descubiertos y
que sea más probable que el Mal los obtenga?
-
Sí, me arriesgaré - contestó
seguro y serio Túkmuney-, me arriesgaré porque sé que los necesitarán para
cumplir la misión y, además, porque confío que ustedes no los perderán.
Ewon y Agoth se observaron por
un instante. Poco después, Túkmuney se incorporó dejando al descubierto el
primer objeto. Era una espada aun dentro
de su estuche metálico.
-
Agoth, esta poderosa espada
será para ti - decía entregándosela -, por favor desváinala.
Agoth la tomó con cuidado sobre
sus manos, observó la brillante vaina que la resguardaba, y entonces, muy
veloz, la desvainó quedándose con la espada en su mano derecha. El arma era imponente.
La hoja brillaba con un plateado color que enceguecía al que la enfrentara con
sus ojos. Poseía un mango muy original; semejante al bronce, pero con pequeñas
incrustaciones de piedras preciosas. Agoth comenzó a movilizarla cortando el
aire que, cuando era cruzado por la espada, un sonido idéntico al de un látigo
se oía. Luego, la guardó dentro de la vaina metálica.
-
Mi señor, daré la vida por esta
espada - contestó haciendo una pequeña reverencia - Le doy mis más leales gracias.
Túkmuney
las recibió haciendo un leve movimiento hacia el costado con su cabeza. Luego
continuó.
-
Ewon - decía ahora mostrando un
largo y delgado palo blanco que en un extremo tenía una piedra color cobre –
este báculo posee una gran magia, porque la piedra que tiene fue colocada y
bendecida por uno de los magos blancos más sabios y poderosos, mi sabio maestro,
Zilti. Es para ti.
-
¡Zilti! - exclamó Ewon
sorprendida - El mago más grande de esta Era, el mago que ha muerto en la
Colina Grande, ¿no es así?
-
Sí, es así Ewon - contestó algo
melancólico Túkmuney - Zilti fue acecinado por el mago más oscuro, Óc...
¡bueno, no me gusta pronunciar su nombre! – dijo agitando sus brazos y con el
seño fruncido. Después, extendiendo las manos, hizo entrega a Ewon del báculo -
Ewon, úsalo en el caso en que su vidas se encuentren amenazadas por la magia
oscura, por la energía negra.
-
Así lo haré, Túkmuney.
Había llegado el turno de
Simploy. Esta vez Túkmuney sacó de aquel cofre una mediana bolsa de terciopelo
rojo con un cordón dorado que la cerraba. La bolsa tenía una forma rectangular
y al parecer, esa forma se la daba esa forma se la daba algo que estaba en el
interior - Hija mía - dijo el mago -, este es el objeto más cuidado por mí, más
ocultado por mis ex compañeros; por ser el más poderoso y dual de los tres.
Desatando el cordón, abrió la
bolsa y dejó al descubierto un mediano libro con incontables páginas. Su
cobertura era de un grueso y duro cartón de color azul que en la tapa poseía un
título escrito en ideogramas, decía: “El libro de los Conocimientos Arcaicos y Recopilaciones de los
Conjuros”. En la contratapa había una
figura graficada con plateados trazos al igual que las letras. Se trataba de
una estrella que no habían visto, porque en vez de poseer cinco picos, tenía
diez. Viendo los sorprendidos rostros, Túkmuney pasó a explicar – Noto que imagen de la contratapa logró captar su atención, es natural, ya
que es una estrella algo
peculiar. Como deben imaginarlo, es una estrella
mágica.
-
¿Sirve al Bien o al Mal? -
preguntó Simploy.
-
Ni a uno ni al otro - contestó
con sabiduría su padre-. Porque como saben, la estrella blanca es la que posee
un pico hacia arriba, y la negra la que posee dos picos hacia arriba. Pero ésta
no es como alguna de las dos, ya que tiene tres picos hacia ambos extremos.
Esta estrella es Dual, o sea, puede servir al Bien como al Mal por igual,
porque podrían separar a la estrella en dos: en la blanca, con su único pico
hacia arriba, y en la negra con sus dos picos hacia arriba. Entonces al juntarlas,
se crea la Estrella Dual de diez picos. ¿Han comprendido?
Los tres afirmaron a la
pregunta.
-
¿Qué es lo que contiene este
libro? - preguntó Simploy.
- Contiene los conjuros más
ancestrales, son esos que fueron descubiertos y utilizados por los Grandes, hija mía. Como ya
sabes, son conjuros que no tienen Lado, pueden servir para las mejores causas
como también para las más horribles de la Historia - comentaba Túkmuney mientras
los tres lo oían muy atentos-. Pero también, como lo indica su título, contiene
al verdadero libro de los libros, entre estas tapas de cartón tan rígido, se
hallan los manuscritos antiquísimos de la Sabiduría legada desde los primeros
tiempos, impermeables al agua, al fuego y al aire, por un procedimiento
específico desconocido, hasta para mi conocimiento - caminaba de lado a lado,
ahora - . Nunca puede caer en las manos del Mal, ya que, como lo demuestra la
estrella, también pueden esos conjuros ser utilizados para hacer mal y, por
sobre todas las cosas como ya lo saben muy bien, el Saber es Poder - hizo una
pausa tragando algo de saliva -. Simploy, cuida este objeto más que a tu vida
misma – rogó -; debo indicarte algo más antes que partan. Fíjate en el capítulo
veinte, pero hazlo cuando ya se hallen a kilómetros de aquí. Léelo todo, no lo
olvides.
- Gracias, padre, no lo olvidaré -
dijo tomando el libro y colocándolo en la funda -, lo cuidaré más que a nada en
los Mundos, lo prometo. Pero antes de partir, debo hacer una pregunta más...
-
Dime Simploy- dijo Túkmuney.
-
¿Cómo debo utilizarlo, y
cuándo?
- Tú sabrás, ya eres una
excelente maga blanca, sólo te diré que lo escondas muy bien - ahora miró a
cada uno muy serio -. Estos objetos que llevarán son simplemente una espada, un
bastón y un libro a los ojos de cualquier persona común, pero cuidado con los
objetos, ¡escóndanlos muy bien! Porque el Mal, si actúa con inteligencia, los
reconocerá, y como ustedes ya lo saben, el Mal ronda por doquier, porque hasta
una ingenua anciana puede ser una gran bruja negra del Sur o algún engendro del
Inframundo...
-
Tendremos el mayor de los
cuidados, mi señor - dijo Agoth.
- Bueno, entonces ya sabidas
estas cosas y con los objetos sagrados en su posesión, deben partir ya - dijo Túkmuney-
¡No deben perder más tiempo aquí! ¡Vamos, vamos!
Los tres montaron y se fueron
alejando de la caverna al galope. Tres brazos en lo alto
ya se veían a lo lejos. Túkmuney cerró el cofre ahora vacío, lo puso a levitar
y pronunciando unas palabras al aire en voz susurrante, ingresó a la
caverna. Esas
palabras habían dicho: “Luz Blanca, guíalos y protégelos en el camino”.
2
Horas pasaron desde que habían abandonado la cueva. Los tres
cabalgaban ahora a mediana velocidad por el bosque. Según las ideas que les
había transmitido Simploy un rato después de la partida, debían ir hacia el
Este para encontrarse con el camino que los llevaría al muchacho más cercano
del lugar en donde estaban: Argentina. Ellos deberían hallar el río que luego
se convertiría en lo que la gente común llamaba Río Paraná. El camino iba a ser
largo, doce días como mínimo. Hasta Escobar, los días se convertirían en un
mes.
El sol ya era cálido y
brillante, el cielo de aquel día era celeste. Los tres jinetes continuaban
sobre sus caballos, los cuales habían recorrido hasta el momento mil kilómetros
llegando a la Meseta Grande del Sur, algunos cerros comenzaban a verse. El
primer lugar lo tomó ahora Agoth, porque esta zona del mundo era una de las que
él conocía sin problemas. En segundo lugar iba bien erguida, Ewon. Por último,
Simploy que cabalgaba mirando hacia todos los lados, muy atenta. De pronto,
parándoles la marcha, una elevación de tamaño importante se les impuso frente a
ellos. Se detuvieron observando a lo alto. Agoth fue el primero en descender
del animal, dio unos pasos y después se volvió mirándolas.
-
Debemos escalar - dijo-, bajen
de los caballos, estos animales no son buenos para relieves como éstos -
terminó señalando al cerro.
-
¿Qué haremos con ellos? -
preguntó Simploy.
-
Lo lamento, pero tendremos que
abandonarlos aquí - dijo el joven hombre.
-
¿Qué, cómo? ¡No, yo no
abandonaré a mi leal y querido caballo! - dijo Simploy - Él me acompaña desde niña en todas mis
travesías, él es incondicional, Agoth.
-
¡Pero, Simploy!- refutó Agoth
con elevada voz - ¡Ahora debes obedecerme! Con estos animales perderemos más
tiempo de lo previsto...
Ewon escuchaba atenta la
discusión entre Agoth y Simploy. Ella los miraba a uno y luego a otro mientras
iban hablando. Sin resistir más las voces bulliciosas de sus compañeros, intervino
- ¡Ya, silencio! - gritó. Los dos callaron de pronto. Ewon continuó - No
permitiré estas estúpidas discusiones que no nos llevan a ningún sitio - fue
bajando el tono de voz, hasta convertirla en la natural -. Agoth, no me gusta
que subestimes a estos animales, que pueden llegar a ser tan sabios como un
humano.
-
¡Ja, ja, ja!- reía Agoth -
¡Ewon, no me digas esas idioteces! Comprendo tu amor por las bestias y
vegetales, pero igualarlos con nosotros...- haciendo un gesto de desinterés con
el rostro - ¡Por favor! Continuemos con el camino y terminemos con esta estúpida
pelea...
-
Tú no entiendes nada, Agoth
- respondió Ewon -. Ahora te demostraré
lo que para ti es una estupidez...
Simploy era la que observaba la
situación ahora.
-
Simploy, baja de tu caballo,
por favor - pidió amablemente Ewon.
Ella obedeció colocándose al
lado de Agoth. De inmediato, Ewon fue acariciando a los tres caballos, uno por
uno, en sus rostros, y ellos, así como así, se colocaron
en fila, uno al lado del otro. Ewon se paró en frente de los animales; los miró a los ojos, también ellos la miraron inmóviles. La dama
extendió los brazos,
abriéndolos, y después les hizo una reverencia. Los
caballos, como por arte de una magia, se
agacharon frente a Ewon y, al volver a incorporarse, relincharon. Agoth no lo creía. Por el contrario, Simploy sonrió; al parecer ella
comprendía el acto. Poco
después, los caballos empezaron a escalar aquel
cerro, muy audaces. Parecía como si su
raza era la que se acostumbraba a utilizar para tareas en montañas, y no las
mulas.
Agoth estaba perplejo sin
llegar a comprender. Ewon habló - ¿Y ahora qué piensas, Agoth?
Balbuceando contestó - Yo... Yo
no comprendo... ¿Cómo estos animales han comenzado
a subir sin causar problemas, cómo Ewon...?
Ewon sonrió mirando hacia el
suelo.
-
Ewon puede hablar con los
animales, es capaz de hablar todas sus lenguas y también
puede lograr que ellos la comprendan - dijo Simploy.
Agoth no respondía, no lograba
salir del estado de shock.
-
Yo te lo había dicho, Agoth -
comenzó a decirle Ewon-, los caballos pueden resultar
ser más intrépidos de lo que muchos humanos, como tú, piensan.
-
Perdón, es que...- se disculpó
Agoth agachando la cabeza.
-
Está bien - respondió dulce
Ewon -, pero ahora escalemos, los caballos nos esperan unos metros más arriba.
-
¿Y cómo lo sabes? - le
cuestionó Agoth.
-
Yo se los he pedido, y ellos
aceptaron con gusto - explicó Ewon -, me han dicho, además,
que están felices de cooperar con la misión. Y también me han hecho saber que están muy agradecidos por el buen cuidado que
reciben de
nuestra parte.
Agoth se sonrió un instante sin llegar a
terminar de comprender lo sucedido. Simploy fue la primera en poner sus pies
sobre las rocas -¡Vamos, apresúrense!- ordenó desde lo alto. Sin perder más
tiempo, la dama y el joven de las montañas comenzaron a escalar. Instantes
después, vieron a sus caballos leales allí aguardando sus llegadas. Luego de
aproximarse, montaron y siguieron unos cuantos metros en ascenso.
Todo fue trascurriendo en el
tiempo, el sol estaba apagándose en el horizonte, dando lugar a las últimas
horas de una tarde muy pesada y cansadora. Aún continuaban galopando sobre sus
fuertes corceles en las rocas de la Meseta Grande del Sur; a veces parecían
como si ésta terminara, pero nuevamente las elevaciones volvían a emerger desde
la tierra. Ahora nada de llanura a la vista. De vez en cuando, podían oírse a
los delgados arroyos de aguas heladas que serpenteaban. Al cruzar con alguno, ellos
desmontaban para beber y recargar las botellas de aluminio; los caballos
también se refrescaban.
La noche llegó tan de prisa,
sorprendiéndolos en medio de la travesía. Para entonces, ni siquiera los dos
faroles de Ewon alumbraban en esa densa oscuridad. Las únicas luces visibles
eran las estrellas que colmaban el cielo, indicando otro buen día. Entonces,
decidieron acampar. Así, Agoth y Ewon emprendieron el armado de una precaria
tienda con algunos elementos que él había cargado en su equipaje, mientras que
Simploy buscaba ramas secas para poder encender una fogata. El
viento allí en lo alto era fuerte. La pequeña tienda con tres frazadas en el
interior ya estaba dispuesta, pero aun nada de fuego. Simploy trataba de
encenderlo, pero era imposible: uno porque el viento era muy fuerte y lo
apagaba, y dos, porque las ramas que había hallado no eran suficientes. Harta, se desplomó sobre el duro
suelo - ¡Es imposible, compañeros!- dijo Simploy desesperada.
-
En verdad el viento es fuerte -
dijo Agoth -, la fogata no podrá prender aquí.
Los tres se observaban en la
noche, mientras el viento iba helando sus cuerpos. Así permanecieron unos
minutos, callados temblando con las pieles tensas, hasta que
Simploy se paró entusiasmada - ¡Ya lo tengo! – dijo - Seguro habrá
una solución...
Se acercó a su caballo y,
revolviendo un poco el equipaje, halló el libro mágico. Le quitó la envoltura y
fue abriéndolo, muy despacio lo fue hojeando - ¡Aquí debe haber algún conjuro
que pueda ser utilizado para encender el fuego! - dijo más animada.
Esta reacción reanimó a los
otros. Durante algún tiempo, Simploy fue viendo, hoja por hoja, el libro
mientras tiritaban de frío. De manera que, ya casi resignada, pudo encontrar ese preciado conjuro - ¡Es este,
éste! - exclamó la joven maga muy contenta señalando lo hallado.
-
Déjame ver, Simploy - pidió
Ewon -. Parece ser el correcto, léenoslo, por favor.
-
Así lo haré - contestó Simploy
-. Bueno, dice así:
“El
Fuego. Elemento del Verano y del Cuadrante Sur. Región de los Reinos del
mediodía.
Tú, maestro, tú, ser viviente; si deseas
desatar a El Fuego en forma de elemento, di estas palabras y él se te presentará...”.
-
¡Vamos Simploy, has el conjuro!
- dijo Agoth.
Simploy cerró sus ojos y
comenzó a hacer ademanes con el delgado brazo derecho mientras leía las
palabras del libro, que sostenía con la otra mano.
-
Rei
Ja Tumulú, Ha Come Siphia, Ha Come Furto, Yei Ka-Fuego -
decía con lúgubre voz - Yei Ka!
Súbitamente, una gran llamarada
de fuego apareció frente ellos alumbrando sus rostros perplejos. Simploy cerró
veloz el libro. Después de guardarlo, palmeó fuerte sus manos junto al fuego y
éste se convirtió en llamas más pequeñas. Gracias a la magia de Simploy
pudieron asentarse cómodos. Cenaron verduras que, por supuesto, Ewon había
preparado antes de emprender el viaje. Era costumbre que la dama tenga todo
condicionado, una de las razones deviene que desde pequeña, vaya a saber uno
cuántos años hacía de eso, tuvo que sobrevivir usando sus habilidades, tanto
mágicas como culinarias.
-
Mmm… ¡están buenísimas! - dijo
con la boca llena Agoth - ¡Qué bien preparas estas cosas, Ewon!
-
Sí, ¿qué son? - intervino Simploy
tragando.
-
Son buñuelos de acelga, cebolla
y alcaucil triturados, los envuelvo en las hojas más grandes de acelga para que
no se desarmen, y los hiervo - comentó la dama - ¡Me
alegra que les guste! Es una receta que aprendí hace mucho el tiempo que tuve que estar en el orfanato, ¿les hablé de eso? - consultó
notando las caras
expectantes de los otros dos.
Y les habló de su experiencia
viviendo en el orfanato de monjas cuando tenía nueve años - Sí, viví allí
dentro desde los nueve hasta los doce, que es cuando me pude liberar de ese
calvario - dijo gestualizando con los ojos hacia arriba -. Lo único que saco en
limpio son esto buñuelos - comentó mirando el bocadillo y dándole un mordisco.
Los tres rieron unos momentos.
-
¡Uf! Eso del orfanato debe ser
terrible, me imagino - decía Agoth-. Por suerte después de perder a mi familia
pude vivir con ustedes hasta hacerme adulto – dijo mirando a la joven maga que
saboreaba los bocadillos sin cesar.
-
Has tenido suerte, Agoth, el
orfanato es algo que no le deseo a nadie, ¡un lugar muy deprimente! Pero bueno,
gracias a la magia pude escapar de ese infierno, ¡ay, con sólo recordar lo que
hacían esas monjas cuando para ellas te comportabas mal se me eriza el cuero! -
terminó diciendo Ewon a la vez que mostraba un brazo y se lo fregaba.
Transcurrida una hora, los tres
compañeros dormitaban dentro de la tienda. El fuego los calentaba, los caballos
también dormían a pocos pasos de ahí.
Y ya había nacido otra clara
mañana; la fogata se había disipado hasta entonces. Aún los tres jinetes dormían,
contrariamente a ellos, los animales estaban despiertos hace ya algunas horas
comiendo unas hierbas que les habían dejado la noche anterior. Yal fin y al
cabo despertaron. Comieron frutos y partieron rumbo a la Argentina.
3
Horas, tardes, noches y días se iban sucediendo sin cesar. La
Meseta Grande del Sur había quedado atrás hace ya dos semanas. Ahora bordeaban
el río buscado. Era un caudaloso manantial, que cada vez que iban acercándose
más al sur, se hacía más tranquilo. Una llanura lo rodeaba. Pequeñas casitas
comenzaban a divisarse a lo lejos marcando la entrada a la civilización. Las
casas fueron creciendo en cantidad semana tras semana.
Los tres elegidos empezaron a
ser vistos por personas que allí residían, eran observados por las miradas
penetrantes, obsecuentes y acusadoras de los ciudadanos, mas ellos seguían
adelante costeando al río. Iban a cumplirse ya cuatro semanas y aún nadie se
había atrevido a acercarse a los extraños viajeros. Pero cuando era la tarde
del día veintitrés de marcha, una muchacha con dos pequeños lo hizo, les dirigió
unas palabras. Las ciudades eran parte del paisaje ahora.
-
¡Hola! ¿Quiénes son ustedes? -
les dijo.
Al oír esa pregunta, ellos se
miraron entre sí algo alarmados. Simploy habló desmontando - ¡Hola Señorita! -
dijo- Me alegra que alguien sea capaz de
darnos sus palabras - hizo una corta pausa y ofreciendo una mano continuó -. Mi
nombre es Rosita, ¿sería tan amable de informarle a estos tres viajantes en qué
sitio se hallan?
Mirándola algo sorprendida, la
joven le respondió - ¡Así que turistas! – exclamó - Esta ciudad es Rosario, una
de las más importantes de la provincia de Santa Fe, ¿qué los trae por acá?
-
Sólo paseamos - dijo Ewon -,
nos encanta pasear y conocer este bello país a caballo - sonriendo acotó.
-
Ah...- suspiró la muchacha - Les recomendaría que
cambiaran esas ropas, si es que van a visitar el centro de la ciudad, porque si
no van a ser rechazados - aconsejó a los tres raros personajes mirándoles de
arriba a abajo.
-
¡Oh, muchas gracias! - dijo
Agoth sonriendo - ¿Sabe a cuánto estamos de camino a Buenos Aires yendo en
nuestros caballos?
-
Mmm... No sabría decirle, pero
supongo que como mínimo a un día y medio, más o menos... Quizá más - respondió
ella - ¡Lo que pasa es que no sé calcular cuánto se demora en caballo! Yendo en
un colectivo se tarda unas seis horas.
Ya animando a sus audaces
caballos para que aceleren la marcha - ¡Muchas gracias! - dijo Ewon con alta
voz.
Ahora los tres galopaban a
mucha velocidad por las márgenes del Río Paraná. Todas las personas que
lograban verlos no podían entender la presencia de estos extraños. Algunos
opinaban que eran locos, otros ridículos; sólo viajeros o también vagos. Entre
otras conjeturas absurdas.
Noche, pero a diferencia de
otras noches, ésta estaba perfectamente alumbrada por un sin fin de luces
provenientes de las ciudades más cercanas al río. Los caballos corrían sin
detenerse, al parecer llegaban a intuir las ansias sentidas por sus jinetes.
Por su parte, ellos con los rostros bien tensos y con los ojos bien abiertos,
los avivaban para conseguir su máximo potencial. Querían llegar, querían ver a
primer muchacho, se preguntaban cómo sería, cómo reaccionaría, si los
aceptaría, si los rechazaría, dudas que iban divagando por sus agitadas
cabezas. Sin dar respiro, prosiguieron, nada los retrasaría, al menos no esta
noche.
Ya habían dejado las costas del
río cinco horas atrás, cuando el crepúsculo del amanecer se estaba avistando
entre las casas a lo lejos. Y luego tan rápidas como el viento, doce horas
quedaron detrás de ellos, y ahora los jinetes cabalgaban por las calles
asfaltadas de la provincia de Buenos Aires. Las personas con quien se cruzaban
no llegaban a creer lo que veían: una esbelta mujer de largos cabellos rubios y extraño vestido, un muchacho con ropa
semejante al de un antiguo guerrero y una jovencita de cabello blanco y ojos
violetas con un ropaje algo andrajoso, cabalgando sobre unos bellos y gallardos
caballos que llevaban grandes bolsas. De una soga del caballo de Ewon iba
sujetado el poderoso báculo, aunque la piedra del gran Zilti iba escondida
dentro de una bolsa. Así es que ellos no hicieron caso a las palabras del mismo
Túkmuney, atreviéndose a entrar a las ciudades de igual manera que en sus
ocultos recintos.
De pronto, vieron un enorme
cartel de madera con prolijas letras pintadas que decía: “Bienvenidos a Escobar, ciudad de las
flores”. Los caballos volvieron a
acelerar.
A. M.